sábado, 27 de diciembre de 2014

"La primera noche" de las mil y una noche

"La primera noche" de las mil y una noche

Durante la época vocacional he estado leyendo el libro de Las mil y una noches , dónde he encontrado grandes cuentos que atrapan al lector. Los genios (efrit) , reyes, hechiceras , magia, castillos son sólo algunos de los personajes que surgen en estos cuentos. Los cuentos llaman la atención por la razón de ser desconocidas a los lectores hispanos. El siguiente texto es una pequeña muestra del início de los relatos que Schahrazada le cuenta al rey . Espero les gusten.

PRIMERA NOCHE 

HISTORIA DEI. MERCADER Y EL EFRIT

Schahrazada dijo:
"He llegado a saber, ¡oh rey, afortunado! que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas riquezas y de negocios comerciales en todos los países.
Un día montó a caballo y salió para ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó debajo de un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada, llegó hasta el mercader y le dijo: "Levántate para que yo te mate como has matado a mi hijo." El mercader repuso: "Pero ¿cómo he matado yo a tu hijo?" Y contestó el efrit: "Al arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi hilo y lo mataron." Entonces dijo el mercader: "Considera ¡oh gran efrit! que no puedo mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en mi casa depósitos que me confiaron. Permiteme volver para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces harás de mí lo que quieras. Alah es fiador de mis palabras."
El efrit, teniendo confianza en él, dejó partir al mercader.
Y el mercader volvió a su tierra, arregló sus asuntos, y dio a cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos lo que le había ocurrido, y se echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los hijos. Después el mercader hizo testamento y estuvo coa su familia hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y tomando su sudario bajo el brazo, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra su gusto. Los suyos se lamentaban, dando grandes gritos de dolor.
En cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era el primer día del año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un jeique se dirigió hacia él, llevando una gacela encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le dijo: "¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los efrits?"
Entonces le contó el mercader lo que le había ocurrido con el efrit y la causa de haberse detenido en aquel sitio. Y el jeique dueño de la gacela se asombró grandemente, y dijo: "¡Por Alah! ¡oh hermano! tu fe es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería motivo de reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente." Después, sentándose a su lado, prosiguió: "¡Por Alah! ¡oh mi hermano! no te dejaré hasta que veamos lo que te ocurre con el efrit." Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él, y hasta pudo ayudarle cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de crueles pensamientos. Seguía allí el dueño de la gacela, cuando llegó un segundo jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se acercó, les deseó la paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel lugar frecuentado por los efrits. Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y apenas se había sentado, cuando un tercer jeique se dirigió hacia ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz y les preguntó por qué estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el principio hasta el fin. Pero no es de ninguna utilidad el repetirla.
A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo en el centro de aquella pradera. Descargó una tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y brotándole chispas de los ojos. Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader: "Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo mío, que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón." Entonces se echó a llorar el mercader, y los tres jeiques empezaron también a llorar, a. gemir y a suspirar.
Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit, le dijo: "¡Oh efrit, jefe de los efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader?" Y el éfrit dijo: "Verdaderamente que sí, venerable jeique. Si me cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te concederé el tercio de esa sangre."

CUENTO DEL PRIMER JEIQUE

El primer jeique dijo:
"Sabe, ¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de mi tío, carne de nu carne y sangre de mi sangre. Cuando esta mujer era todavía muy joven, nos casamos, y vivimos juntos cerca de treinta años. Pero Alah no me concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una concubina, qué, gracias a Alah, me dio un hijo varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus miembros eran perfectos. Creció poco a poco; hasta llegar a los quince años. En aquella época tuve que marchar a una población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.
La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los encantamientos. Con la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la esclava, en una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de bastante tiempo, regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la hija de mi tío me dijo: "Tu esclava ha muerto, y tu hijo se escapó y no sabemos de él." Entonces, durante un año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y el llanto de mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios, ordené al mayoral que me reservara una de las mejores vacas, y me trajo la más gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela. Remangado mi brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio, cuchillo en mano, cuando de pronta la vaca prorrumpió en lamentos y derramaba lágrimas abundantes. Entonces me detuve, y la entregué al mayoral para que la sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa, pues sólo tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué servía ya él arrepentimiento? Se la di al mayoral, y le dije: "Tráeme un becerro bien gordo." Y me trajo a mi hijo convertido en ternero.
Cuando el ternero me vio, rompió la cuerda, se me acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos! ¡con qué llantos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral: "Tráeme otra vaca, y deja con vida este ternero."
En este punto de su narración, vio Scháhrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!" Schahrazada contestó: "Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo todavía y el rey quiere conservarme." Y el rey dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia."
Luego marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schahrazada, a la cual creía muerta. Pero nada le dijo de esto el rey, y siguió administrando justicia, designando a unos para los empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. Y el visir se fue perplejo, en el colmo del asombro, al saber que su hija vivía.
Cuando hubo terminado el diván, el rey Schalhriar volvió a su palacio.

Y CUANDO LLEGÓ LA SEGUNDA NOCHE

Doniazada dijo a su hermana Schahrazada:- "¡Oh hermana mía! Te ruego que acabes la historia del mercader y el efrit " Y Schahrazada respondió: "De todo corazón y como debido homenaje, siempre que el rey me lo permita." Y el rey ordenó: "Puedes hablar."
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado, dotado de ideas justas y rectas! que cuando el mercader vio llorar al ternero, se enterneció su corazón, y dijo al mayoral: "Deja ese ternero con el ganado."
Y a todo esto, el efrit se asombraba prodigiosamente de esta historia asombrosa. Y el jeique dueño de la gacela prosiguió de este modo:
"¡Oh señor de los reyes de los efrits! todo esto aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí mirando, y decía: "Debemos sacrificar ese ternero tan gordo." Pero yo, por lástima, no podía decidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara, obedeciéndome él.
El segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó el pastor y me dijo:. "¡Oh amo mío! Voy a enterarte de algo que te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación." Y yo le contesté: "Cuenta con ella." Y me dijo: "¡Oh mercader ilustre! Mi hija es bruja, pues aprendió la brujería de una vieja que vivía con nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi hija, y ella, apenas lo vio, cubrióse con el velo la cara, echándose a llorar, y después a reir. Luego me dijo: "Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?" Yo repuse: "Pero ¿dónde están esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?" Y ella me dijo: "El ternero que traes contigo es hijo de nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con él. Me he reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre del becerro, que fue sacrificada por el padre." Estas palabras de mi hija, me sorprendieron mucho, y aguardé con impaciencia que volviese la mañana para venir a enterarte de todo."
Cuando oí, ¡oh poderoso efrit! prosiguió el jeique lo que me decía el mayoral, salí con él a toda prisa, y sin haber bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que sentía al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me deseó la paz y me besó la mano, y luego se me acercó el ternero, revolcándose a mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral: "¿Es cierto lo que afirmas de este ternero?" Y ella dijo: "Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo, la llama de tu corazón." Y le supliqué: "¡Oh gentil y caritativa joven! si desencantas a mi hijo, te daré cuantos ganados y fincas tengo al cuidado de tu padre." Sonrió al oir estas palabras, y me dijo: "Sólo aceptaré la riqueza con dos condiciones: la primera„ que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me dejarás encantar y aprisionar a quien yo desee. De lo contrario, no respondo de mi eficacia contra las perfidias de tu mujer.
Cuando yo oí, ¡oh poderoso efrit! las palabras de la hija del mayoral, le dije: "Sea, y por añadidura tendrás las riquezas que tu padre me administra. En cuanto a la hija de mi tío, te permito que dispongas de su sangre."
Apenas escuchó ella mis palabras, cogió una cacerola de cobre, llenándola de agua y pronunciando sus conjuros mágicos. Después roció con el líquido al ternero, y le dijo:' "Si Alah te creó ternero, sigue ternero, sin cambiar de forma; pero si estás encantado recobra tu figura primera con el permiso de Alah el Altísimo."
E inmediatamente el ternero empezó a agitarse, y volvió a adquirir la forma humana. Entonces, arrojándome en sus brazos, le besé. Y luego le dije: "¡Por Alah sobre ti! Cuéntame lo que la hija de mi tío hizo contigo y con tu madre." Y me contó cuanto les había ocurrido. Y yo dije entonces: "¡Ah, hijo mío! Alah, dueño de los destinos; reservaba a alguien para salvarte y salvar tus derechos."
Después de esto, ¡oh buen efrit! casé a mi hijo con la hija del mayoral. Y ella, merced a su ciencia de brujería, encantó a la hija de mi tío, transformándola en esta gacela que tú ves. Al pasar por aquí encontréme con estas buenas gentes, les pregunté qué hacían, y por ellas supe lo ocurrido a este mercader, y hube de sentarme para ver lo que pudiese sobrevenir. Y esta es mi historia."
Entonces exclamó el efrit: "Historia realmente muy asombrosa. Por eso te concedo como gracia el tercio de la sangre que pides."
En este momento se acercó el segundo jeique, el de los lebreles negros, y dijo:

CUENTO DEL SEGUNDO JEIQUE

"Sabe, ¡oh señor de los reyes de los efrits! que éstos dos perros son mis hermanos. mayores y yo soy el tercero. Al morir nuestro padre nos dejó en herencia tres mil dinares. Yo, con mi parte, abrí una tienda y me puse a vender y comprar. Uno de mis hermanos, comerciante también, se dedicó a viajar con las caravanas, y estuvo ausente un año. Cuando regresó no le quedaba nada de su herencia. Entonces le dije: "¡Oh hermano mío! ¿no te había aconsejado que no viajaras?" Y echándose a llorar, me contestó: "Hermano, Alah, que es grande y poderoso, lo dispuso así. No pueden serme de provecho ya tus palabras, puesto que nada tengo ahora." Le lleve conmigo a la tienda, lo acompañé luego al hammam y le regalé un magnífico traje de la mejor clase.
Después nos sentamos a comer, y le dije: "Hermano, voy a hacer la cuenta de lo que produce mi tienda en un año, sin tocar al capital, y nos partiremos las ganancias." Y, efectivamente, hice la cuenta, y hallé un beneficio anual de mil dinares: Entonces di gracias a Alah, que es poderoso y grande, y dividí la ganancia luego entre mi hermano y yo. Y así vivimos juntos días y días.
Poco tiempo después quiso viajar también mi segundo hermano. Hicimos cuanto nos fue posible para que desistiese de su proyecto, pero todo fue inútil, y al cabo de un año volvió en la misma situación que el hermano mayor.
Le di otros mil dinares que tuve de ganancia durante el periodo de su ausencia, abrió una tienda nueva continuó el ejercicio de su profesión.
Sin que les sirviese de escarmiento lo que les había sucedido, de nuevo mis hermanos desearon marcharse y pretendían que yo les acompañase. No acepté, y les dije: "¿Qué habéis ganado con viajar, para que así pueda yo tentarme de imitaros?" Entonces empezaron a dirigirme reconvenciones, pero sin ningún fruto, pues no les hice caso, y seguimos comerciando en nuestras tiendas otro año. Otra vez volvieron a proponerme el viaje, oponiéndome yo también, y, así pasaron seis años más. Al fin acabaron por convencerme, y les dije: "Hermanos, contemos el dinero que tenemos." Contamos, y dimos con un total de seis mil dinares. Entonces les dije: "Enterremos la mitad para poderla utilizar si nos ocurriese una desgracia, y tomemos mil dinares cada uno para comerciar al por menor." `Y contestaron: "¡Alah, favorezca la idea!" Cogí el dinero y lo dividí en dos partes iguales; enterré tres mil dinares y los otros tres mil los repartí juiciosamente entre nosotros tres. Después compramos varias mercaderías, fletamos un barco, llevamos a él todos nuestros efectos, y partimos. Duró un mes entero el viaje, y llegamos a una ciudad, donde vendimos las mercancías con unta ganancia de diez dinares por dinar. Luego abandonamos la plaza.
Al llegar a orillas del mar encontramos a una mujer pobremente vestida, con ropas viejas y raídas. Se me acercó, me besó la mano, y me dijo: "Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres favorecerme? Yo, en cambio, sabré agradecer tus bondades." Y le dije: "Te socorreré, mas no te creas obligada a la gratitud." Y ella me respondió: "Señor, entonces cásate conmigo, llévame a tu país y te consagraré mi alma. Favoréceme, que yo soy de las que saben el valor de un beneficios No te avergüences de mi humilde condición." Al decir estas palabras, sentí piedad hacia ella, pues nada hay que no se haga mediante la voluntad de Alah, que es grande y poderoso. Me la llevé, la vestí con ricos trajes, hice tender magníficas alfombras en el barco para ella y le dispensé una hospitáalaria acogida llena de cordialidad. Después zarpamos.
Mi corazón llegó a amarla con un gran amor, y no la abandoné ni de día ni de noche. Y como de los tres hermanos era yo el único que podía gozarla, estos hermanos míos, sintieron celos, además de envidiarme por mis riquezas y por la calidad de mis mercaderías. Dirigían ávidas miradas sobre cuanto poseía yo, y se concertaron para matarme y repartirse mi dinero, porque el Cheitán sin duda les hizo ver su mala acción con los más bellos colores.
Un día, cuándo estaba yo durmiendo con mi esposa, llegaron hasta nosotros y nos cogieron, echándonos al mar. Mi esposa se despertó en el agua, y de súbito cambió de forma, convirtiéndose en efrita. Me tomó sobre sus hombros y me depositó sobre una isla. Después desapareció durante toda la noche, regresando al amanecer, y me dijo: "¿No reconoces. a tu esposa?" Te he salvado de la muerte con ayuda del Altísimo. Porque has de saber que yo soy una efrita. Y desde el instante en que te vi, te amó mi corazón, simplemente porque Alah lo ha querido, y yo soy una creyente de Alah y en su Profeta, al cual Alah bendiga y persevere. Cuando yo me he acercado a ti en la pobre condición en que me hallaba, tú te aviniste de todos modos a casarte conmigo. Y yo, en justa gratitud, he impedido que perezcas ahogado. "En cuanto a tus hermanos, siento el mayor furor contra ellos y es preciso que los mate."
Asombrado de sus palabras, le di las gracias por su acción, y le dije: "No puedo consentir la perdida de mis hermanos." Luego le conté todo lo ocurrido con ellos, desde el principio hasta el fin, y me dijo entonces: "Esta noche volaré hacia la nave que los conduce, y la haré zozobrar para que sucumban." Yo repliqué: "¡Por Alah sobre tal No hagas eso, recuerda que el Maestro de los Proverbios dice: "¡Oh tú, compasivo del delincuente! Piensa que para el criminal es bastante castigo su mismo crimen, y además, considera que son mis hermanos." Pero ella insistió: :Tengo que matarlos sin remedio." Y en vano imploré su indulgencia, Después se echó a volar llevándome en sus hombros, y me dejó en la azotea de mi casa.
Abrí entonces las puertas y saqué los tres mil dinares del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después de hacer las visitas necesarias y los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.
Llegada la noche, cerré la tienda, y al entrar en mis habitaciones encontré estos dos lebreles que estaban atados en un rincón. Al verme se levantaron, rompieron a llorar y se agarraron a mis ropas. Entonces acudió mi mujer, y me dijo: "Son tus hermanos. "Y yo le dije: "¿Quién los ha puesto en esta forma?" Y ella contestó: "Yo misma. He rogado a mi hermana, más versada que yo en artes de encantamiento, que los pusiera en ese estado. Diez años permanecerán así".
Por eso, ¡oh efrit poderoso! me ves aquí, pues voy en basca de mi cuñada, a la que deseo suplicar los desencante, porque van ya transcurridos los diez años. Al llegar me encontré con este buen hombre, y cuando supe su aventura, no quise marcharme hasta averiguar lo que sobreviniese entre tú y él. Y este es mi cuento."
El efrit dijo: "Es realmente un cuento asombroso, por lo que te concedo otro tercio de la sangre destinada a rescatar el crimen."
Entonces se adelantó el tercer jeique, dueño de la mula, y dijo al efrit: "Te contaré una historia más maravillosa que las de estos dos. Y tú me recompensarás con el resto de la sangre." El efrit contestó: "Que así sea."
Y el tercer jeique dijo:

CUENTO DEL TERCER JEIQUE

"¡Oh sultán, jefe de los efrits! Esta mula que ves aquí era mi esposa. Una vez salí de viaje y estuve ausente todo un año. Terminados mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto de mi mujer, la encontré con un esclavo negro, estaban conversando, y se besaban, haciéndose zalamerías. Al verme, ella se levantó, súbitamente y se abalanzó a mí con una vasija de agua en la mano; murmuró algunas palabras luego, y me dijo arrojándome el agua: "¡Sal de tu propia forma y reviste la de un perro!" Inmediatamente me convertí en perro, y mi esposa me echó de casa. Anduve vagando, hasta llegar a una carnicería, donde me puse a roer huesos. Al verme el carnicero, me cogió y me llevó con él.
Apenas penetramos en el cuarto de su hija, ésta se cubrió con el velo y recriminó a su padre: "¿Te parece bien lo que has hecho? Traes a un hombre y lo entras en mi habitación." Y repuso el padre: "¿Pero dónde está ese hombre?" Ella contestó: "Ese perro es un hombre, Lo ha encantado una mujer; pero yo soy capaz de desencantarlo." Y su padre le dijo: "¡Por Alah sobre ti! Devuélvele su forma, hija mía." Ella cogió una vasija con agua, y después de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: ".¡Sal de esa forma y recobra la primitiva!" , Entonces volví a mi forma humana, besé la mano de la joven, y le dije: "Quisiera que encantases a mi mujer como ella me encantó." Me dio entonces un frasco con agua, y me dijo: "Si encuentras dormida a tu mujer, rocíala con esta agua y se convertirá en lo que quieras." Efectivamente, la encontré dormida, le eché el agua, y dije: "¡Sal de esa forma y toma la de una mula!" Y al instante se transformó en una mula, es la misma que aquí ves, sultán de reyes de los efrits."
El efrit se volvió entonces hacia la mula, y le dijo: "¿Es verdad todo eso?" Y la mula movió la cabeza como afirmando: "Sí, sí; todo es verdad."
Esta historia consiguió satisfacer al efrit, que, lleno de emoción y de placer, hizo gracia al anciano del último tercio de la sangre.
En aquel momento Schahrazada vio aparecer la mañana, y discretamente dejó de hablar, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada dijo: "¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán amables y cuán deliciosas son en su frescura tus palabras!" Y Schahrazada contestó: "Nada es eso comparado con lo que te contaré la noche próxima, si vivo aún y el rey quiere conservarme." Y el rey se dijo: "¡Por Alah! no la mataré hasta que le haya oído la continuación de su relato, que es asombroso."
Entonces el rey marchó a la sala de justicia. Entraron el visir y los oficiales y se llenó el diván de gente. Y el rey juzgó, nombró, destituyó, despachó sus asuntos y dio órdenes hasta el fin del día. Luego se levantó el diván y el rey volvió a palacio.

Y CUANDO LLEGÓ LA TERCERA NOCHE

Daniazada dijo: "Hermana mía, te suplico que termines tu relato." Y Schahrazada contestó: "Con toda la generosidad y simpatía de mi corazón." Y prosiguió después:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que, cuando el tercer jeique contó al efrit el más asombroso de los tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo: "Concedo el resto de la sangre por que había de redimirse el crímen, y dejo en libertad al mercader."
Entonces el mercader, contentísimo, salió al encuentro de los jeiques y les dio miles de gracias. Ellos, a su vez, le felicitaron por el indulto. Y cada cual regresó a su país.
"Pero -añadió Schahrazada- es más asombrosa la historia del pescador."
Y el rey dijo a Schahrazada: "¿Qué historia del pescador es esa?"
Y Shahrazada dijo:

Historia del Pescador y el Efrit


lunes, 15 de diciembre de 2014

" Un buen final " de Antón Chejóv

 " Un buen final " de Antón Chejóv

A pesar de no ser un cuentista tan famosos cómo los que conocemos normalmente, éste escritor es uno de los mejores en la historia , esto se debe a que sus cuentos no tienen un final sorpresivo sino que las dos historias ( siguiendo la teoría de Ricardo Piglia ) se van entrecruzando una a la otra durante todo el relato. La segunda historia no permanece oculta. Ejemplo claro lo tenemos en el cuanto que escogí , el fin principal es darnos cuenta que la primera historia narra el conflicto del hombre en buscar a una mujer perfacta para él, sin embargo la segunda historia es el ligéro interes de la casamentera quién no tiene pareja . La maestría de éste escritor se debe a que con sutiles detalles durante toda la narración nos muestra poco a poco como se va formando el arreglo de ambos personajes para llegar a " un buen final ".

Un buen final

En casa del inventor de ferrocarriles Stichkin y en uno de los días desocupados de éste, sentada se encontraba Liubov Grigorievna, dama de sólido aspecto, de alrededor de cuarenta años y actividades en asuntos casamenteros y en otros muchos de kis que sólo se suele hablar en voz baja. Stichkin, algo azarado, pero, como siempre, serio y severo , paseabapor la habitación, fumaba su cigarro y decía :

- Me complace mucho hacer su conocimiento . Me ha sido usted recomendada por Simion Ivanovich ... , entendiendo que puede usted ayudarme en un asunto delicado y bastante importante, relacionado con la felicidad de mi vida. He llegado ya, Liubov Grigorievna, a la edad de cincuenta y dos años ; o sea, estoy en un período de la vida en el que muchos tienen ya hjos mayores. Ocupo un puesto de bastante consideración ... Aunque no poseogran fortuna, dispongo de la suficiente para mantener junto a mí un ser amado y a unos hijos . De usted para mí, le diré que, además de mi sueldo, tengo también dinero en el Banco , que conseguí ahorrar gracias a mi modo de vivir. Soy un hombre serio y autero. Llevo una vida ordena, formal , y puedo constituirme en ejemplo de muchos. Una cosa me falta tan solo: un hogar y una compañera de vida. A causa de ello voy por la vida como cualquier húngaro errabundo ..., de un lado para otro y sin encontrarle gusto a nada. De nadie puedo aconsejarme , y cuando estuve enfermo no tuve quien me diera un vaso de agua o de cualquier cosa. Además , Liubov  Grigorievna, un hombre casado es siempre de mayor peso en la sociedad que un soltero ... Pertenezco a la clase instruida, tengo dinero ... Ahora bien ... mirando desde un punto de vista ... , ¿ qué soy ? ... ; soltero como un cura. Por todo esto , desearía mucho encender la antorcha del Himeneo ... ; es decir , casarme legalmente con una persona digna.
- Buen proposito - súspiró la casamentera.
- Soy un hombre solitario y no conozco a nadie en esta ciudad. ¿ A dónde voy a ir ? ¿ A quien puedo dirigirme , si todos forman parte de mí de lo desconocido ? ... He aquí por qué Simion Ivanovich me aconsejó me dirigiera a alguien especialista en estos asuntos y que tuviera por profesión decidir la felicidad de la gente. Por eso le ruego, encarecidamente,  Liubov  Grigorievna , que me ayude con su intervención a resolver este asunto. Usted conoce a todas las posibles novias y le será fácil colocarme.
- Puede hacerse, desde luego ...
-¡ Beba, por favor! ..., ¡ se lo ruego!
Con un gesto acostumbrado , la casamentera se llevó la copa a los labios y se la bebió sin rechistar.
- Se puede ..., claro ... Se puede hacer- repitió - ¿ y qué clase de novia desea usted Nikolai Nikolaich ?
- ¿ Yo? ... Pues la que me depare el Destino.
- Cierto que el Destino ... ; sin embargo, todo el mundo tiene sus gustos. Unos prefieren las rubias y otros las morenas.
- Mire, Liubov  Grigorievna ... - dijo Strichkin suspirando hondamente - . Yo soy un hombre posado y de carácter . Para mí, en general, la belleza exterior representa un papel secundario. Usted misma sabe que la cara es lo de menos y que con la mujer guapa se tienen muchas preocupaciones . Yo creo que en la mujer no es lo principal el exterioir , sino lo que se le encierra dentro de ella. Quiero decir que tenga un alma y toda clase de buenas cualidades. ¡ Coma , por favor ! ... ¡ Se lo ruego ! ... Claro es que sería muy agradable que fuera gordita, pero para nuestra suerte común eso no sería de mcha importancia. La inteligencia es principal. Ha y que decir , sin embargo , que la mujer no necesita inteligencia porque si la tiene, por ella precisamente , se formará gran idea de sí y se creará otros ideales . 
Cierto que sin instrucción hoy en día no se puede estar ..., esto es verdad ...;pero hay muchas clases de instrucción... Es muy agradable que la mujer sepa hablar francé... y alemán ... en distintos tono...;pero ¿ qué provecho puede sacarse de eso si luego no sabe cocer, por ejemplo, un botón ? Yo pertenezco a la clase instruida ... Con el principe Kanitelin estoy, puede decirse, como con usted ahora ...; sin embargo, mi carácter es sencillo y necesito una joven sencilla. Lo principal de todo es que sepa estimarme y que se dé cuenta de que me debe la felicidad. 
- Claro, claro ...
-Bien. Y ahora hay que hablar de lo positivo ... No necesito una mujer rica . Jamás cometeré la canallada de casarme por dinero. No quiero ser yo el que coma el pan de la esposa, sino que sea la esposa la que coma el mío y así lo reconozca; pero tampoco quiero una pobre. Aunque soy un hombre de medios y aunque me caso por amor, no por interés ...,no puedo llevarme una mujer pobre, porque como usted sabe, la vida sube ..., vendría niños ...
- Podría hallarse una con dote- dice la casamentera.
-¡ Coma, por favor! ¡ Se lo ruego!

Transcurrieron cinco minutos en silencio. La casamentera suspiró, miró de reojo al interesado y preguntó: 
- Y diga, padrecito ..., ¿ de otros asuntos de soltero ...no desea nada ? Hay buena mercancía. Una es francesa y otra griega. Las dos valen.
El interventor, después de pensarlo dijo: 
- No. Se lo agradezco mucho. Me dará usted veinticinco rublos, tela para un vestido, como es costumbre, y las gracias... La cuestión de la dote es aparte ... Esa ya es otra cuenta. 
Stichkin se cruzó de brazos y se puso a meditar en silencio. Luego suspiró y dijo: 
-Es caro. 
-¡Qué ha de ser caro, Nikolai Nikolaich! ... Antes, cuando había bodasse acostumbraba llevar más barato; pero en estos tiempo, ¿ qué ganancia es la nuestra? ... ¡Gracias a que en un mes se saque una cincuenta rublos! ... Y hay que decir, padrecito, que no los ganamos con bodas. 
Stichkin miró con asombro a la casamentera y se encogió de hombros. 
-¡Hum! ... ¿ Es que llama usted poco a cincuenta rublos?- preguntó 
- ¡Y tan poco! ... En estos tiempos hemos llegado a ganar más de cien. 
 -¡Hum! ...No hubiera creído nunca que con esa clase de negocios se údiera conseguir una suma así..., ¡cincuenta rublos!...¡No gana tanto un hombre!...¡ Beba, por favor! ..., ¡ se lo ruego...!
La casamentera bebió de nuevo sin rechistar. Stichkin la miró en silencio de pies a cabeza y repitió:
¡Cincuenta rublos!..., o sea seiscientos rublos al año... ¡ Beba, por favor!¡ se lo ruego! Con semejantes ganancias ¿ Sabe, Liubov  Grigorievna, que no le sería dificil conseguir un buen partido? 
- ¿ A mí? ... rió la casamentera - ; ¡Ya soy vieja!
- Nada de eso ... Tiene usted buena contextura, un rostro lleno, blanco ...
La casamentera se azaró. Stichkin se azaró también y se sentó a su lado.
- Usted puede gustar todavía - dijo- . Si encontrar usted marido reposado, serio , cuidadoso ..., podría usted agradarle mucho, y con su sueldo y con el de él ... vivirían los dos muy unidos. 
-¡Qué cosas está diciendo, Nikolai Nikolaich...!
-¿Yo? ... Yo no digo nada...
Se hizo un slencio.  Stichkin empezó a sonarse ruidosamente, mientras la casamentera , poniéndose colorada y hablando como a quien le da vergüenza lo que va a decir, preguntó : 
- ¿ Y usted cuánto gana, Nikolai Nikolaich ...?
-¿ Yo? ... Setenta y cinco rublos y los aguinaldos. Las velas de esperma y las liebres nos dejan también algunas ganacias...
-¿ Es usted cazador ...?
-No. Llamamos liebres a los viajeros que no llevan billete. 
Transcurrió otro minuto en silencio. Stichkin , nervioso, se levantó y empezó a pasear por la habitación. 
- No busco una esposa joven- dijo- . Soy hombre de alguna edad ... y necesito una mujer ... como, por ejemplo, usted ... Una mujer seria ..., reposada ..., de su contextura ...
-¡ Qué cosas está diciendo!- dijo con una risita la casamentera, ocultando el rostro en el pañuelo color carmesí. 
- Y después de todo, ¿ para qué pensarlo tanto ? Me agrada usted mucho y sus cualidades me resultan muy adecuadas ... Yo soy un hombre reposado ..., sobrio ..., y si le agrado a mi vez ..., ¿ qué otro mejor podría encontrar? ...Permítame que le haga una proposición de matrimonio. 
La casamentera sorbió unas cuantas lágrimas , rió y, en señal de conformidad, chocó su copa con la de Stichkin. 
- ¡Bien!- dijo feliz el interventor- . Permitame ahora que le explíque el género de vida y comportamiento que deseo de usted ... Yo soy un hombre serio, sólido, reposado ... Todo lo considero desde un noble punto de vista y deseo que mi mujer sea igualmente rigurosa; que para ella sea yo el primero y que comprenda que soy su bienhechor.
Y el interventor, sentándose empezó a exponer a su novia sus puntos de vista sobre la vida de familia y las obligaciones de la esposa. 



" El otro " por Jorge Luis Borges

" El otro " por Jorge Luis Borges

En el siguiente cuento, el escritor nos induce al tema del doble; en su caso, el encuentro consigo mismo medio siglo antes o también después. Borges es para mi el escritor que mas influyó en la literatura del siglo XX, aunque quién influyó en él fue Alfonso Reyes. El cuento tal vez surgió por la inspiración que el río le dio a Borges recordando a Heráclito con su cita " El hombre de ayer, no es el hombre de hoy o nadie se baña en el mismo río dos veces , no sólo por que el río ha fluido , sino porque el hombre es un río que fluye. El encuentro nos ofrece los dos puntos de vista tan distintos de la misma persona; " medio siglo no pasa en vano" menciona Borges en su cuento , cita muy certera ya que el tiempo lo ha de cambiar todo.
El cuento además de causarnos extrañeza, también se lo provoca a uno de los personajes, aunque al final Borges lo resuelve después de escribir " creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real ... " 
Los dejo con la intriga de seguir leyendolo, espero les guste. 

Nota: En Youtube existe un video con el nombre " Los libros y la noche " ( palabras encontradas en el poema "Dones" ) , es un video largo dónde podemos encontrar este cuento personificado. 



El Otro 
 


El hecho ocurrió el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí. Sé que fue casi atroz mientras duró y más aún durante las desveladas noches que lo siguieron. Ello no significa que su relato pueda conmover a un tercero.
Serían las diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde anterior había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.
Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento. En la otra punta de mi banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado), era el estilo criollo de La tapera de Elías Regules. El estilo me retrajo a un patio, que ha desaparecido, y la memoria de Alvaro Melián Lafinur, que hace tantos años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del principio. La voz no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Alvaro. La reconocí con horror.
Me le acerqué y le dije:
-Señor, ¿usted es oriental o argentino?
-Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra -fue la contestación.
Hubo un silencio largo. Le pregunté:
-¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?
Me contestó que si.
-En tal caso -le dije resueltamente- usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.
-No -me respondió con mi propia voz un poco lejana.
Al cabo de un tiempo insistió:
-Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.
Yo le contesté:
-Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconocido. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo de Perú nuestro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros. Los tres de volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con grabados en acero y notas en cuerpo menor entre capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania de Tácito en latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier, las Tablas de Sangre de Rivera Indarte, con la dedicatoria del autor, el Sartor Resartus de Carlyle, una biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás, un libro en rústica sobre las costumbres sexuales de los pueblos balkánicos. No he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso en la plaza Dubourg.
-Dufour -corrigió.
-Esta bien. Dufour. ¿Te basta con todo eso?
-No -respondió-. Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.
La objeción era justa. Le contesté:
-Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar.
-¿Y si el sueño durara? -dijo con ansiedad.
Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no sentía. Le dije:
-Mi sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando ahora, salvo que somos dos. ¿No querés saber algo de mi pasado, que es el porvenir que te espera?
Asintió sin una palabra. Yo proseguí un poco perdido:
-Madre está sana y buena en su casa de Charcas y Maipú, en Buenos Aires, pero padre murió hace unos treinta años. Murió del corazón. Lo acabó una hemiplejía; la mano izquierda puesta sobre la mano derecha era como la mano de un niño sobre la mano de un gigante. Murió con impaciencia de morir, pero sin una queja. Nuestra abuela había muerto en la misma casa. Unos días antes del fin, nos llamo a todos y nos dijo: "Soy una mujer muy vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y corriente."Norah, tu hermana, se casó y tiene dos hijos. A propósito, ¿en casa como están?
-Bien. Padre siempre con sus bromas contra la fe. Anoche dijo que Jesús era como los gauchos, que no quieren comprometerse, y que por eso predicaba en parábolas.
Vaciló y me dijo:
-¿Y usted?
No sé la cifra de los libros que escribirás, pero sé que son demasiados. Escribirás poesías que te darán un agrado no compartido y cuentos de índole fantástica. Darás clases como tu padre y como tantos otros de nuestra sangre. Me agradó que nada me preguntara sobre el fracaso o éxito de los libros.
Cambié. Cambié de tono y proseguí:
-En lo que se refiere a la historia... Hubo otra guerra, casi entre los mismos antagonistas. Francia no tardó en capitular; Inglaterra y América libraron contra un dictador alemán, que se llamaba Hitler, la cíclica batalla de Waterllo. Buenos Aires, hacía mil novecientos cuarenta y seis, engendró otro Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la provincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos. Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera reemplazada por la del guaraní.
Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible y sin embargo cierto lo amilanaba. Yo, que no he sido padre, sentí por ese pobre muchacho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada de amor. Vi que apretaba entre las manos un libro. Le pregunté qué era.
-Los poseídos o, según creo, Los demonios de Fyodor Dostoievski -me replicó no sin vanidad.
-Se me ha desdibujado. ¿Que tal es?
No bien lo dije, sentí que la pregunta era una blasfemia.
-El maestro ruso -dictaminó- ha penetrado más que nadie en los laberintos del alma eslava.
Esa tentativa retórica me pareció una prueba de que se había serenado.
Le pregunté qué otros volúmenes del maestro había recorrido.
Enumeró dos o tres, entre ellos El doble.
Le pregunté si al leerlos distinguía bien los personajes, como en el caso de Joseph Conrad, y si pensaba proseguir el examen de la obra completa.
-La verdad es que no -me respondió con cierta sorpresa.
Le pregunté qué estaba escribiendo y me dijo que preparaba un libro de versos que se titularía Los himnos rojos. También había pensado en Los ritmos rojos.
-¿Por qué no? -le dije-. Podés alegar buenos antecedentes. El verso azul de Rubén Darío y la canción gris de Verlaine.
Sin hacerme caso, me aclaró que su libro cantaría la fraternidad de todos lo hombres. El poeta de nuestro tiempo no puede dar la espalda a su época. Me quedé pensando y le pregunté si verdaderamente se sentía hermano de todos. Por ejemplo, de todos los empresarios de pompas fúnebres, de todos los carteros, de todos buzos, de todos los que viven en la acera de los números pares, de todos los afónicos, etcétera. Me dijo que su libro se refería a la gran masa de los oprimidos y parias.
-Tu masa de oprimidos y de parias -le contesté- no es más que una abstracción. Sólo los individuos existen, si es que existe alguien. El hombre de ayer no es el hombre de hoy sentencio algún griego. Nosotros dos, en este banco de Ginebra o de Cambridge, somos tal vez la prueba.
Salvo en las severas páginas de la Historia, los hechos memorables prescinden de frases memorables. Un hombre a punto de morir quiere acordarse de un grabado entrevisto en la infancia; los soldados que están por entrar en la batalla hablan del barro o del sargento. Nuestra situación era única y, francamente, no estábamos preparados. Hablamos, fatalmente, de letras; temo no haber dicho otras cosas que las que suelo decir a los periodistas. Mi alter ego creía en la invención o descubrimiento de metáforas nuevas; yo en las que corresponden a afinidades íntimas y notorias y que nuestra imaginación ya ha aceptado. La vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua. Le expuse esta opinión, que expondría en un libro años después.
Casi no me escuchaba. De pronto dijo:
-Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?
No había pensado en esa dificultad. Le respondí sin convicción:
-Tal vez el hecho fue tan extraño que traté de olvidarlo.
Aventuró una tímida pregunta:
-¿Cómo anda su memoria?
Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años; un hombre de más de setenta era casi un muerto. Le contesté:
-Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan.
Estudio anglosajón y no soy el último de la clase.
Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.
Una brusca idea se me ocurrió.
-Yo te puedo probar inmediatamente -le dije- que no estás soñando conmigo.
Oí bien este verso, que no has leído nunca, que yo recuerde.
Lentamente entoné la famosa línea:
L'hydre - univers tordant son corps écaillé d'astres. Sentí su casi temeroso estupor. Lo repitió en voz baja, saboreando cada resplandeciente palabra.
-Es verdad -balbuceó-. Yo no podré nunca escribir una línea como ésa.
Hugo nos había unido.
Antes, él había repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que Walt Whitman rememora una compartida noche ante el mar, en que fue realmente feliz.
-Si Whitman la ha cantado -observé- es porque la deseaba y no sucedió. El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.
Se quedó mirándome.
-Usted no lo conoce -exclamó-. Whitman es capaz de mentir.
Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos.
Eramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el dialogo. Cada uno de los dos era el remendo cricaturesco del otro. La situación era harto anormal para durar mucho más tiempo. Aconsejar o discutir era inútil, porque su inevitable destino era ser el que soy.
De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor. Se me ocurrió un artificio análogo.
-Oí -le dije-, ¿tenés algún dinero?
-Sí - me replicó-. Tengo unos veinte francos. Esta noche lo convidé a Simón Jichlinski en el Crocodile.
-Dile a Simón que ejercerá la medicina en Carouge, y que hará mucho bien... ahora, me das una de tus monedas.
Sacó tres escudos de plata y unas piezas menores. Sin comprender me ofreció uno de los primeros.
Yo le tendí uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez.
-No puede ser -gritó-. Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro. (Meses después alguien me dijo que los billetes de banco no llevan fecha.)
-Todo esto es un milagro -alcanzó a decir- y lo milagroso da miedo. Quienes fueron testigos de la resurrección de Lázaro habrán quedado horrorizados. No hemos cambiado nada, pensé. Siempre las referencias librescas.
Hizo pedazos el billete y guardó la moneda.
Yo resolví tirarla al río. El arco del escudo de plata perdiéndose en el río de plata hubiera conferido a mi historia una imagen vívida, pero la suerte no lo quiso.
Respondí que lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador. Le propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que está en dos tiempos y en dos sitios.
Asintió en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le había hecho tarde. Los dos mentíamos y cada cual sabía que su interlocutor estaba mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme.
-¿A buscarlo? -me interrogó.
-Sí. Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista.
Verás el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano. Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. EL otro tampoco habrá ido.
He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro.
El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.

sábado, 13 de diciembre de 2014

" Axolotl " de Julio Cortázar.

" Axolotl " de Julio Cortázar

El cuento nos muestra desde el inicio de la narración el final ( extrema res) . Sabemos que el narrador es un axolotl . ¿ Qué es un axolotl ? es un animal mejor conocido en México con el nombre de ajolote, el cual vive (sí es que aún quedan ) en los lagos del centro del pais . Cortázar fue cautivado por éste animal tras una visita a México, de esa forma surgió la idea del cuento. Durante el cuento nos narra una obseción hacia visitar el lugar dónde se encuentran los animales. En mi mente, llegó la imagen de Cortázar frente a un vidrio viendo un axolotl todos los dias. No puedo decirle más, ya que el final si no es que lo sabemos, no deja de sorprendernos. 

Axolotl



Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.

El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.

En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.

No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.

Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.

Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.

Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?

Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.

Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.

Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.


domingo, 7 de diciembre de 2014

"Los dos reyes y los dos laberintos" de Jorge Luis Borges

"Los dos reyes y los dos laberintos" de Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges es un genio de nuestro idioma. Lo considero el escritor mas importante del siglo XX ( aun que tengo una lucha entre Alfonso Reyes y él) . Sus temas recurrentes en los cuentos que escribió son : el infinito, los espejos, el tiempo, la meta ficción, la filosofía y la universalidad. Aunque en el relato no esconde ( a mí entender) algo mas profundo, nos muestra la existencía de los laberintos sin pasillos, sin salones , sin escaleras; en el mundo existen varios laberintos y no todos son desiertos.

             Los dos reyes y los dos laberintos

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.


"El buitre" de Franz Kafka.

 "El buitre" de Franz Kafka

Como en la mayoría de los cuentos de Kafka , el personaje termina perdiendo ante el problema, aquí podemos leer a un hombre que logra "ganar" a cambio de su vida. Tal vez nos recuerda al mito griego de Prometeo por como un animal castiga al hombre. En  mi interpretación, en ocasiones buscamos la solución de nuestros problemas en manos de otras personas y al no resolverlas uno, termina por ahogarse en el conflicto vivido. Es mi interpretación. Espero les agrade el cuento.

El Buitre

Érase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra.
Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
-Estoy indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.
-No se deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.
-¿Le parece? -pregunté- ¿quiere encargarse del asunto?
-Encantado -dijo el señor- ; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿Puede usted esperar media hora más?
- No sé -le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí -: por favor, pruebe de todos modos.
-Bueno- dijo el señor- , voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.




viernes, 5 de diciembre de 2014

Microficciones, Varios escritores.

En la siguiente publicación , haré mención de varias microficciones las cuales encontré en el libro publicado por Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.

SOLA Y SU ALMA

Thomas Bailey Aldrich, poeta y novelista norteamericano, nacido en New Hampshire, en 1836; muerto en Boston, en 1907. Autor de : Cloth of gold (1874); Wyndham Tower (1879) ; An old Town by yhe Sea (1893).

Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadiemás en el mundo: todos los otros seres han muerto . Golpean a la puerta.

Thomas Bailey Aldrich : Works, Vol 9 pág. 3414 (1912)

EN FORMADE CANASTA

John Alubrey , arquéologo ingles nacido en Wlitshire, en 1626; muerto en Oxford , en 1697. Sus obras incluyen :Architectonica Sacra y las Miscellanies (1696) , que tratan de sueños y de fantasmas.

Refería Thomas Traherne que, estando en la cama, vio una canasta que flotaba en el aire, junto a la cortina; creo que dijo que habia fruta en la canasta: Era un fantasma.

De las Miscellanies (1696), de John Aubrey.

LA OBRA Y EL POETA

R.F.BURTON. El capitán Sir Richard Francis Burton (1821-1890) , se distinguió como explorador , orientalista, polígrota y antropólogo. Tradujo Las Lusiadas de Camoens y el libro de Las mil y una noches.

El poeta hindú Tulsi Das , compuso la gesta de Hanuman y de su ejército de monos. Años después , un rey lo encarceló en una torre de piedra. En la celda se puso a meditar y de la meditación surgió Hanuman con su ejército de monos y conquistaron la ciudad e inrrupieron en la torre y lo libertaron.




jueves, 4 de diciembre de 2014

"La cena" de Alfonso Reyes.

El siguiente texto forma parte de un trabajo realizado en la universidad.



ALFONSO REYES: CUENTO FANTÁSTICO, SUEÑO E INSTANTE
Pedro Antonio González Hernández

Alfonso Reyes Ochoa, nacido en Monterrey, Nuevo León el 17 de mayo de 1889; el noveno hijo del matrimonio entre el general Bernardo Reyes Ogazón y Doña Aurelia de Ochoa-Garibay y Sapién. Tuvo una infancia rica en lecturas. En la ciudad de México perteneció al brillante grupo intelectual de la Escuela Nacional Preparatoria, dónde junto con Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos Calderón , entre otros escritores, fundaron el Ateneo de la Juventud en 1909, con el fin de discutir clásicos griegos, reflexionar sobre la literatura y filosofía universal , para así poder tener una mayor difusión cultural . Dos años después, publicó su primer libro Cuestiones estéticas, En 1912 fue secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios, antecedente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, dónde también impartió la cátedra de “Historia de la Lengua y Literatura Española”; un año después sale del país tras el asesinato de su padre.
Trabajó en Francia en la Legaciá de México pero poco tiempo después decidió exiliarse desde el año 1914 hasta 1924, época en la cual se volvió un gran escritor e investigador literario. Tradujo a varios escritores en los cuales destacan: Laurence Sterne , G. K. Chesterton, Antón Chejov y Mallarmé . Trabajó como diplomático en diferentes países por lo cual conoció a varios escritores como: Victoria Ocampo, Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Paul Groussac. Con el paso de los años se volvió un gran escritor del continente hispánico. Los temas que más abordaba eran: teoría literaria, historia de Grecia, novela policiaca y las raíces históricas de México. Tuvo obras de ficción muy escasas, pero no por ello en lo absoluto interesantes. Sus obras de mayor reconocimiento fueron: Cuestiones estéticas (1911), Visión de Anáhuac (1915) , El deslinde (1942) y La experiencia literaria (1942) Recibió varios premios en los que destacan : Premio Nacional en Ciencia y Artes en Literatura y Lingüística de México , Doctor honoris causa en la Universidad La Soborna en Francia, Doctor honoris causa en la Universidad de California. Fallece el 27 de diciembre de 1959 en la ciudad de México, víctima de una afección cardiaca. Dejando un gran legado escrito, Alfonso Reyes.

LA LITERATURA FANTÁSTICA
Durante varios años la literatura fantástica ha sido muy estudiada por varios teóricos con el fin de poder comparar los planteamientos propios con una base específica, para así poder establecer épocas, autores, corrientes literarias y modelos literarios. Sin embargo, ha sido difícil poder estipular un criterio certero para ello; a pesar de todo, considerando algunos datos de un gran crítico y teórico literario, Tzvetan Todorov , podemos señalar “Lejos de ser un elogio a lo imaginario la literatura fantástica presenta la mayor parte del texto como perteneciente a lo real o, con mayor exactitud, como provocada por él […]. La literatura fantástica nos deja entre las manos dos nociones: la de realidad y la de la literatura. [1]
En su caso, Ricardo Piglia maneja una teoría similar a la de Todorov, en la cual existen al igual que el anterior dos hilos conductores del cuento pero estos son divididos por historias, en las cuales en ocasiones suele ser la realidad contra la ficción. Asimilando, nos percatamos de que a pesar de existir dos corrientes cuando una se interpone a la otra, una puede dejar de existir. En otras palabras, cuándo a lo que conocemos por realidad se ve intervenida un solo instante por la ficción, la realidad deja de ser eso, real, y se vuelve una ficción. Existen otros teóricos como el peruano Harry Belevan, mencionan que el género fantástico no tiene significado, debido a que no existe una “referencia de lo fantástico”.
A pesar de todo, lo fantástico maneja algunas características muy notables en sus personajes, estos suelen ser seres de ultratumba, seres espaciales, el mundo de los sueños, la otredad, la muerte o la venganza. Temas enfocados al mal o la oscuridad, los cuales se prestan a poder modificarlos en un momento crucial del cuento para crear un impacto fuerte en el lector y este se mantenga pensando en las posibilidades de otras “realidades”. La realidad se ve constituida por acciones dentro de una cultura social. Por su parte,

Italo Calvino, aporta algunas consideraciones de lo que para él es lo fantástico, el cual lo presenta en su antología de subgéneros con narradores del siglo XIX, indicando: “Para nuestra sensibilidad de hoy, el elemento sobrenatural en el centro de estas historias aparece siempre cargado de sentido, como la rebelión de lo inconsciente, de lo reprimido, de lo olvidado, de lo ajeno a nuestra atención racional, “ 


[1] Todorov, Tzvetan, Introducción a la literatura fantástica, México, Ediciones Coyoacán, 1998, p. 133


LOS CUENTOS FANTÁSTICOS DE ALFONSO REYES.

Con el carácter ensayístico de Alfonso Reyes, sus cuentos son diferentes e innovadores, ya que suelen confrontar la clasificación. Existen personas las cuales le adaptaron el nombre de cuensayistas a sus escritos similares a los cuentos pero al mismo tiempo tienen una porción de ensayo. De igual manera su escrito con nombre “Visión de Anáhuac”, algunos la consideran poema. Al igual otro grupo de críticos considera la prosa más cercana al ensayo que al mismo cuento. El escritor y crítico literario Luis Leal, menciona que Reyes crea un género nuevo, el cuento-ensayo[2]. , caracterizado por disgregaciones eruditas, librescas, siendo estas más importantes que el mismo conflicto del cuento.
Algo que no se puede olvidar es la influencia universal que había en Alfonso Reyes; Henry James y G.K. Chesterton son sus grandes influencias en el cuento; sin embargo lo logrado por el escritor mexicano llegó más lejos. Renovó la literatura hispánica y el cuento fantástico, por lo mismo se le atribuye ser precursor del surrealismo y de las vanguardias. Luis Leal menciona “Los cuento-ensayos de Reyes han marcado una pauta ya discernible en Borges y sus contemporáneos, manifiesta en los jóvenes cuentistas hispanoamericanos que hoy cultivan el género.”[3] El plano oblicuo (libro de cuentos) es la antesala a diferentes obras fantásticas de la literatura hispanoamericana.


[1] Véase Leal, Luis, “Teoría y práctica del ciento de Alfonso Reyes”, en Revista Iberoamericana, Vol. XXXI, 59, Iowa, 1956, p. 102.
[1] Leal,op.cit.,p.108



“LA CENA”, EL TIEMPO EN EL SUEÑO

Resaltar al autor del cuento “La cena” es resaltar la misma obra. Pocas veces suele suceder algo similar a que ocurre con Reyes y su cuento. El cuento tiene la fecha de 1912, aunque fue publicado en 1920 en el libro El plano oblicuo; el relato es uno de los más leídos en su obra y de igual manera muy investigado. La intertextualidad del relato fue la inspiración para que Carlos Fuentes creara Aura (aunque es más parecida a Los papeles de Aspern de Henry James).
El relato menciona que el protagonista de nombre Alfonso, recibió una invitación para cenar a casa de dos mujeres las cuales no conoce, Doña Magdalena y la hija de nombre Amalia. El protagonista se esfuerza por llegar a tiempo a la cita con las mujeres, las nueve de la noche. La cena se desarrolla en un lugar enrarecido, pues Alfonso planea sentirse a gusto y disfrutar, pero las anfitrionas, que confundir sus rasgos entre las sombras de la casa, inquietan al invitado con sus acciones y palabras. Alfonso se empieza a sentir cansado y con sueño, pero a pesar de ello le muestran el retrato de un general el cual quedó ciego en un accidente, para que el invitado le platique algunos detalles arquitectónicos de Paris, que nunca pudo llegar a ver. El protagonista se sorprende al encontrar unos rasgos muy parecido a los de el en el retrato. Se asusta ante tal suceso, no explica su salida, se descubre corriendo hacia su casa a la misma hora de la cita, las nueve de la noche. El único signo de su estancia con las dos mujeres, es una flor en el ojal.
“La cena” ha sido como un asunto biográfico del autor en que hace mención:
Es una combinación de recuerdos personales, anodinos en apariencia, pero que me dejaron un raro sabor de irrealidad… Por esos días, Jesús Acevedo, me contó también ciertas impresiones extravagantes de su visita a una familia desconocida. De ahí salió “la cena” y no solamente de un sueño como se ha propuesto generalmente…. En todo caso, la invención (personal) tuvo aquí la parte principal “[4]

Una de las cosas sobresalientes en el cuento es el manejo de tiempo en el cual se soporta el relato en una conformación circular, hablamos de como el personaje llega a una hora exacta y es a esa misma hora en la que sale de la casa de las mujeres. El cuento viene a pertenecer a un relato con un espacio onírico dónde al mismo tiempo también tiene un aspecto de pesadilla, menciona Reyes sobre los sueños:

Depositan en la conciencia gérmenes insolubles, alegres o tristes, con cierto sabor augural. Se los aleja de la memoria y vuelven, como si quisieran ser escuchados, Se les recuerda de repente con la acuidad de una cosa real de la vigilia y cuando se les pretende asir con palabras, se desvanecen. Y al final el poeta se desembaraza de ellos como puede. “ [5]

Una cosa a resaltar como cuentista y la misma habilidad en ello, es la justificación que Alfonso Reyes escribe para su protagonista del cuento, para que éste pueda asistir a la cena a la cual fue invitado.

“Y acudí con el ansia de una emoción informulable. Cuando, a veces, en mis pesadillas evoco aquella noche fantástica (cuya fantasía está hecha de cosas cotidianas y cuyo equívoco misterio crece sobre la humilde raíz de  lo posible), paréceme jadear a través de avenidas de relojes y torrentes solemnes como esfinges en la calzada de algún templo egipcio”[6]  


[4] Antología de Alfonso Reyes, Clásicos de la literatura Mexicana, PROMEXA EDITORES, México 1979, XI.
[5] Reyes, “Tres puntos de exegética literaria”, en Obras Completas, t XIV, México,FCE,1960,p. 285
[6] Reyes, Alfonso , Visión de Anáhuac y otros textos, Biblioteca del Universitario, Xalapa, Veracruz , p. 120
 



EL TIEMPO ESTÁTICO
A pesar de que, durante el relato conocemos una hora exacta la cual debe moverse, ésta no lo hace. Las nueve campanadas que anuncian las nueve de la noche, hora de la cita del protagonista y hora de partida de la casa de las mujeres, es una gran cualidad cronológica ya que no sólo habla de la ubicación en la cual se encuentran los personajes durante todo el cuento, si no que nos hace mención sobre algo más importante a considerar: el instante.
Durante todo el tiempo en que el personaje se encuentra dentro de la casa de las mujeres el tiempo se paralizó y sobre todo, no existe algo dentro de la casa lo cual haga ver el transcurso de tiempo que ha pasado Alfonso junto con las damas. Al mismo tiempo, no se vuelve un “único” tiempo, al contrario, al ser estático, los tiempos que lo rodean de adhieren a ese instante.
El crítico Édgar Valencia menciona en su investigación:
“En su poética onírica, Reyes nos recuerda la evocación de los cuentos populares en los cuales el personaje “… al abrir los ojos, duda de su propia identidad, como si las puertas del yo profunda se hubieran quedado cerradas, batiendo todavía con el vientecillo de la locura.”[7] Locura misma que queda en un dubitar del personaje. La estructura temporal provoca el efecto que hace preguntarnos sobre la posibilidad.-imposibilidad de su visita, del sueño-vigilia que atraviesa el personaje. No suprime lo fantástico el cuento, pues no suprime la vacilación y las posibilidades en su trayecto Muy por el contrario, al final abre más posibilidades tanto de interpretación como de explicación.”[8]


[7] Reyes , “Tres puntos de exegética literaria” , en Obras Completas, t. XIV, México, FCE, 1960, p. 286
[8] Valencia, Édgar, La invitación. Alfonso Reyes y la literatura fantástica, Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, Coah. , p. 128-129.



Sin lugar a dudas,  “La cena” es uno de los mejores cuentos del género fantástico dónde el tiempo se suspende de igual manera que el cuento “El brujo postergado” de Infante Don Juan Manuel, Príncipe de la sangre española siglo XIII, el tiempo es el único que parece proseguir de manera normal, sin embargo, el tiempo ha parado y son los personajes quienes se mueven de una forma inexplicable. 

BIBLIOGRAFÍA
·         Reyes Alfonso , Apuntes para la teoría literaria , Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, México , 2005
·         Reyes, “Tres puntos de exegética literaria” , en Obras Completas, t. XIV, México, FCE, 1960.
·         Valencia, Édgar, La invitación. Alfonso Reyes y la literatura fantástica, Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, Coahuila.
·         Reyes, Alfonso , Visión de Anáhuac y otros textos, Biblioteca del Universitario, Xalapa, Veracruz
·         Antología de Alfonso Reyes, Clásicos de la literatura Mexicana, PROMEXA EDITORES, México 1979
·         Todorov, Tzvetan, Introducción a la literatura fantástica, México, Ediciones Coyoacán
·         Borges, Jorge Luis. Historia de la eternidad. Debolsillo contemporánea , Febrero 2012, México.


[1] Todorov, Tzvetan, Introducción a la literatura fantástica, México, Ediciones Coyoacán, 1998, p. 133
[2] Véase Leal, Luis, “Teoría y práctica del ciento de Alfonso Reyes”, en Revista Iberoamericana, Vol. XXXI, 59, Iowa, 1956, p. 102.
[3] Leal,op.cit.,p.108
[4] Antología de Alfonso Reyes, Clásicos de la literatura Mexicana, PROMEXA EDITORES, México 1979, XI.
[5] Reyes, “Tres puntos de exegética literaria”, en Obras Completas, t XIV, México,FCE,1960,p. 285
[6] Reyes, Alfonso , Visión de Anáhuac y otros textos, Biblioteca del Universitario, Xalapa, Veracruz , p. 120
[7] Reyes , “Tres puntos de exegética literaria” , en Obras Completas, t. XIV, México, FCE, 1960, p. 286
[8] Valencia, Édgar, La invitación. Alfonso Reyes y la literatura fantástica, Universidad Autónoma de Coahuila, Saltillo, Coah. , p. 128-129.


La cena

La cena, que recrea y enamora.
San Juan de la Cruz

Tuve que correr a través de calles desconocidas. El término de mi marcha parecía correr delante de mis pasos, y la hora de la cita palpitaba ya en los relojes públicos. Las calles estaban solas. Serpientes de focos eléctricos bailaban delante de mis ojos. A cada instante surgían glorietas circulares, sembrados arriates, cuya verdura, a la luz artificial de la noche, cobraba una elegancia irreal. Creo haber visto multitud de torres —no sé si en las casas, si en las glorietas— que ostentaban a los cuatro vientos, por una iluminación interior, cuatro redondas esferas de reloj.

Yo corría, azuzado por un sentimiento supersticioso de la hora. Si las nueve campanadas, me dije, me sorprenden sin tener la mano sobre la aldaba de la puerta, algo funesto acontecerá. Y corría frenéticamente, mientras recordaba haber corrido a igual hora por aquel sitio y con un anhelo semejante. ¿Cuándo?

Al fin los deleites de aquella falsa recordación me absorbieron de manera que volví a mi paso normal sin darme cuenta. De cuando en cuando, desde las intermitencias de mi meditación, veía que me hallaba en otro sitio, y que se desarrollaban ante mí nuevas perspectivas de focos, de placetas sembradas, de relojes iluminados… No sé cuánto tiempo transcurrió, en tanto que yo dormía en el mareo de mi respiración agitada.

De pronto, nueve campanadas sonoras resbalaron con metálico frío sobre mi epidermis. Mis ojos, en la última esperanza, cayeron sobre la puerta más cercana: aquél era el término.

Entonces, para disponer mi ánimo, retrocedí hacia los motivos de mi presencia en aquel lugar. Por la mañana, el correo me había llevado una esquela breve y sugestiva. En el ángulo del papel se leían, manuscritas, las señas de una casa. La fecha era del día anterior. La carta decía solamente:

«Doña Magdalena y su hija Amalia esperan a usted a cenar mañana, a las nueve de la noche. ¡Ah, si no faltara!...»

Ni una letra más.

Yo siempre consiento en las experiencias de lo imprevisto. El caso, además, ofrecía singular atractivo: el tono, familiar y respetuoso a la vez, con que el anónimo designaba a aquellas señoras desconocidas; la ponderación: «¡Ah, si no faltara!...», tan vaga y tan sentimental, que parecía suspendida sobre un abismo de confesiones, todo contribuyó a decidirme. Y acudí, con el ansia de una emoción informulable. Cuando, a veces, en mis pesadillas, evoco aquella noche fantástica (cuya fantasía está hecha de cosas cotidianas y cuyo equívoco misterio crece sobre la humilde raíz de lo posible), paréceme jadear a través de avenidas de relojes y torreones, solemnes como esfinges de la calzada de algún templo egipcio.

La puerta se abrió. Yo estaba vuelto a la calle y vi, de súbito, caer sobre el suelo un cuadro de luz que arrojaba, junto a mi sombra, la sombra de una mujer desconocida.

Volvíme: con la luz por la espalda y sobre mis ojos deslumbrados, aquella mujer no era para mí más que una silueta, donde mi imaginación pudo pintar varios ensayos de fisonomía, sin que ninguno correspondiera al contorno, en tanto que balbuceaba yo algunos saludos y explicaciones.

—Pase usted, Alfonso.

Y pasé, asombrado de oírme llamar como en mi casa. Fue una decepción el vestíbulo. Sobre las palabras románticas de la esquela (a mí, al menos, me parecían románticas), había yo fundado la esperanza de encontrarme con una antigua casa, llena de tapices, de viejos retratos y de grandes sillones; una antigua casa sin estilo, pero llena de respetabilidad. A cambio de esto, me encontré con un vestíbulo diminuto y con una escalerilla frágil, sin elegancia; lo cual más bien prometía dimensiones modernas y estrechas en el resto de la casa. El piso era de madera encerada; los raros muebles tenían aquel lujo frío de las cosas de Nueva York, y en el muro, tapizado de verde claro, gesticulaban, como imperdonable signo de trivialidad, dos o tres máscaras japonesas. Hasta llegué a dudar… Pero alcé la vista y quedé tranquilo: ante mí, vestida de negro, esbelta, digna, la mujer que acudió a introducirme me señalaba la puerta del salón. Su silueta se había colorado ya de facciones; su cara me habría resultado insignificante, a no ser por una expresión marcada de piedad; sus cabellos castaños, algo flojos en el peinado, acabaron de precipitar una extraña convicción en mi mente: todo aquel ser me pareció plegarse y formarse a las sugestiones de un nombre.

—¿Amalia?— pregunté.

—Sí—. Y me pareció que yo mismo me contestaba.

El salón, como lo había imaginado, era pequeño. Mas el decorado, respondiendo a mis anhelos, chocaba notoriamente con el del vestíbulo. Allí estaban los tapices y las grandes sillas respetables, la piel de oso al suelo, el espejo, la chimenea, los jarrones; el piano de candeleros lleno de fotografías y estatuillas —el piano en que nadie toca—, y, junto al estrado principal, el caballete con un retrato amplificado y manifiestamente alterado: el de un señor de barba partida y boca grosera.

Doña Magdalena, que ya me esperaba instalada en un sillón rojo, vestía también de negro y llevaba al pecho una de aquellas joyas gruesísimas de nuestros padres: una bola de vidrio con un retrato interior, ceñida por un anillo de oro. El misterio del parecido familiar se apoderó de mí. Mis ojos iban, inconscientemente, de doña Magdalena a Amalia, y del retrato a Amalia. Doña Magdalena, que lo notó, ayudó mis investigaciones con alguna exégesis oportuna.

Lo más adecuado hubiera sido sentirme incómodo, manifestarme sorprendido, provocar una explicación. Pero doña Magdalena y su hija Amalia me hipnotizaron, desde los primeros instantes, con sus miradas paralelas. Doña Magdalena era una mujer de sesenta años; así es que consistió en dejar a su hija los cuidados de la iniciación. Amalia charlaba; doña Magdalena me miraba; yo estaba entregado a mi ventura.

A la madre tocó —es de rigor— recordarnos que era ya tiempo de cenar. En el comedor la charla se hizo más general y corriente. Yo acabé por convencerme de que aquellas señoras no habían querido más que convidarme a cenar, y a la segunda copa de Chablis me sentí sumido en un perfecto egoísmo del cuerpo lleno de generosidades espirituales. Charlé, reí y desarrollé todo mi ingenio, tratando interiormente de disimularme la irregularidad de mi situación. Hasta aquel instante las señoras habían procurado parecerme simpáticas; desde entonces sentí que había comenzado yo mismo a serles agradable.

El aire piadoso de la cara de Amalia se propagaba, por momentos, a la cara de la madre. La satisfacción, enteramente fisiológica, del rostro de doña Magdalena descendía, a veces, al de su hija. Parecía que estos dos motivos flotasen en el ambiente, volando de una cara a la otra.

Nunca sospeché los agrados de aquella conversación. Aunque ella sugería, vagamente, no sé qué evocaciones de Sudermann, con frecuentes rondas al difícil campo de las responsabilidades domésticas y —como era natural en mujeres de espíritu fuerte— súbitos relámpagos ibsenianos, yo me sentía tan a mi gusto como en casa de alguna tía viuda y junto a alguna prima, amiga de la infancia, que ha comenzado a ser solterona.

Al principio, la conversación giró toda sobre cuestiones comerciales, económicas, en que las dos mujeres parecían complacerse. No hay asunto mejor que éste cuando se nos invita a la mesa en alguna casa donde no somos de confianza.

Después, las cosas siguieron de otro modo. Todas las frases comenzaron a volar como en redor de alguna lejana petición. Todas tendían a un término que yo mismo no sospechaba. En el rostro de Amalia apareció, al fin, una sonrisa aguda, inquietante. Comenzó visiblemente a combatir contra alguna interna tentación. Su boca palpitaba, a veces, con el ansia de las palabras, y acababa siempre por suspirar. Sus ojos se dilataban de pronto, fijándose con tal expresión de espanto o abandono en la pared que quedaba a mis espaldas, que más de una vez, asombrado, volví el rostro yo mismo. Pero Amalia no parecía consciente del daño que me ocasionaba. Continuaba con sus sonrisas, sus asombros y sus suspiros, en tanto que yo me estremecía cada vez que sus ojos miraban por sobre mi cabeza.

Al fin, se entabló, entre Amalia y doña Magdalena, un verdadero coloquio de suspiros. Yo estaba ya desazonado. Hacia el centro de la mesa, y, por cierto, tan baja que era una constante incomodidad, colgaba la lámpara de dos luces. Y sobre los muros se proyectaban las sombras desteñidas de las dos mujeres, en tal forma que no era posible fijar la correspondencia de las sombras con las personas. Me invadió una intensa depresión, y un principio de aburrimiento se fue apoderando de mí. De lo que vino a sacarme esta invitación insospechada:

—Vamos al jardín.

Esta nueva perspectiva me hizo recobrar mis espíritus. Condujéronme a través de un cuarto cuyo aseo y sobriedad hacia pensar en los hospitales. En la oscuridad de la noche pude adivinar un jardincillo breve y artificial, como el de un camposanto.

Nos sentamos bajo el emparrado. Las señoras comenzaron a decirme los nombres de las flores que yo no veía, dándose el cruel deleite de interrogarme después sobre sus recientes enseñanzas. Mi imaginación, destemplada por una experiencia tan larga de excentricidades, no hallaba reposo. Apenas me dejaba escuchar y casi no me permitía contestar. Las señoras sonreían ya (yo lo adivinaba) con pleno conocimiento de mi estado. Comencé a confundir sus palabras con mi fantasía. Sus explicaciones botánicas, hoy que las recuerdo, me parecen monstruosas como un delirio: creo haberles oído hablar de flores que muerden y de flores que besan; de tallos que se arrancan a su raíz y os trepan, como serpientes, hasta el cuello.

La oscuridad, el cansancio, la cena, el Chablis, la conversación misteriosa sobre flores que yo no veía (y aun creo que no las había en aquel raquítico jardín), todo me fue convidando al sueño; y me quedé dormido sobre el banco, bajo el emparrado.

—¡Pobre capitán! —oí decir cuando abrí los ojos—. Lleno de ilusiones marchó a Europa. Para él se apagó la luz.

En mi alrededor reinaba la misma oscuridad. Un vientecillo tibio hacía vibrar el emparrado. Doña Magdalena y Amalia conversaban junto a mí, resignadas a tolerar mi mutismo. Me pareció que habían trocado los asientos durante mi breve sueño; eso me pareció…

—Era capitán de Artillería —me dijo Amalia—; joven y apuesto si los hay.

Su voz temblaba.

Y en aquel punto sucedió algo que en otras circunstancias me habría parecido natural, pero entonces me sobresaltó y trajo a mis labios mi corazón. Las señoras, hasta entonces, sólo me habían sido perceptibles por el rumor de su charla y de su presencia. En aquel instante alguien abrió una ventana en la casa, y la luz vino a caer, inesperada, sobre los rostros de las mujeres. Y —¡oh cielos!— los vi iluminarse de pronto, autonómicos, suspensos en el aire —perdidas las ropas negras en la oscuridad del jardín— y con la expresión de piedad grabada hasta la dureza en los rasgos. Eran como las caras iluminadas en los cuadros de Echave el Viejo, astros enormes y fantásticos.

Salté sobre mis pies sin poder dominarme ya.

—Espere usted —gritó entonces doña Magdalena—; aún falta lo más terrible.

Y luego, dirigiéndose a Amalia: —Hija mía, continúa; este caballero no puede dejarnos ahora y marcharse sin oírlo todo.

—Y bien —dijo Amalia—: el capitán se fue a Europa. Pasó de noche por París, por la mucha urgencia de llegar a Berlín. Pero todo su anhelo era conocer París. En Alemania tenía que hacer no sé qué estudios en cierta fábrica de cañones… Al día siguiente de llegado, perdió la vista en la explosión de una caldera.

Yo estaba loco. Quise preguntar; ¿qué preguntaría? Quise hablar; ¿qué diría? ¿Qué había sucedido junto a mí? ¿Para qué me habían convidado?

La ventana volvió a cerrarse, y los rostros de las mujeres volvieron a desaparecer. La voz de la hija resonó:

—¡Ay! Entonces, y sólo entonces, fue llevado a París. ¡A París, que había sido todo su anhelo! Figúrese usted que pasó bajo el Arco de la Estrella: pasó ciego bajo el Arco de la Estrella, adivinándolo todo a su alrededor… Pero usted le hablará de París, ¿verdad? Le hablará del París que él no pudo ver. ¡Le hará tanto bien!

(«¡Ah, si no faltara!»… «¡Le hará tanto bien!»)

Y entonces me arrastraron a la sala, llevándome por los brazos como a un inválido. A mis pies se habían enredado las guías vegetales del jardín; había hojas sobre mi cabeza.

—Helo aquí —me dijeron mostrándome un retrato. Era un militar. Llevaba un casco guerrero, una capa blanca, y los galones plateados en las mangas y en las presillas como tres toques de clarín. Sus hermosos ojos, bajo las alas perfectas de las cejas, tenían un imperio singular. Miré a las señoras: las dos sonreían como en el desahogo de la misión cumplida. Contemplé de nuevo el retrato; me vi yo mismo en el espejo; verifiqué la semejanza: yo era como una caricatura de aquel retrato. El retrato tenía una dedicatoria y una firma. La letra era la misma de la esquela anónima recibida por la mañana.

El retrato había caído de mis manos, y las dos señoras me miraban con una cómica piedad. Algo sonó en mis oídos como una araña de cristal que se estrellara contra el suelo.

Y corrí, a través de calles desconocidas. Bailaban los focos delante de mis ojos. Los relojes de los torreones me espiaban, congestionados de luz… ¡Oh, cielos! Cuando alcancé, jadeante, la tabla familiar de mi puerta, nueve sonoras campanadas estremecían la noche.

Sobre mi cabeza había hojas; en mi ojal, una florecilla modesta que yo no corté.