Durante la época vocacional he estado leyendo el libro de Las mil y una noches , dónde he encontrado grandes cuentos que atrapan al lector. Los genios (efrit) , reyes, hechiceras , magia, castillos son sólo algunos de los personajes que surgen en estos cuentos. Los cuentos llaman la atención por la razón de ser desconocidas a los lectores hispanos. El siguiente texto es una pequeña muestra del início de los relatos que Schahrazada le cuenta al rey . Espero les gusten.
PRIMERA NOCHE
HISTORIA DEI. MERCADER Y EL EFRIT
Schahrazada dijo:
"He llegado a saber, ¡oh rey, afortunado! que hubo un
mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas riquezas y de negocios
comerciales en todos los países.
Un día montó a caballo y salió para ciertas comarcas a
las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó
debajo de un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y
cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció
un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada, llegó hasta el mercader
y le dijo: "Levántate para que yo te mate como has matado a mi hijo." El
mercader repuso: "Pero ¿cómo he matado yo a tu hijo?" Y contestó el efrit: "Al
arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi hilo y lo mataron." Entonces dijo el
mercader: "Considera ¡oh gran efrit! que no puedo mentir, siendo, como soy, un
creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en mi
casa depósitos que me confiaron. Permiteme volver para repartir lo de cada uno,
y te vendré a buscar en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que
volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces harás de mí lo que quieras. Alah es
fiador de mis palabras."
El efrit, teniendo confianza en él, dejó partir al
mercader.
Y el mercader volvió a su tierra, arregló sus asuntos,
y dio a cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos
lo que le había ocurrido, y se echaron todos a llorar: los parientes, las
mujeres, los hijos. Después el mercader hizo testamento y estuvo coa su familia
hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y tomando su
sudario bajo el brazo, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra
su gusto. Los suyos se lamentaban, dando grandes gritos de dolor.
En cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó
al jardín en cuestión, y el día en que llegó era el primer día del año nuevo. Y
mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un jeique se dirigió
hacia él, llevando una gacela encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida
próspera, y le dijo: "¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan
frecuentado por los efrits?"
Entonces le contó el mercader lo que le había ocurrido
con el efrit y la causa de haberse detenido en aquel sitio. Y el jeique dueño de
la gacela se asombró grandemente, y dijo: "¡Por Alah! ¡oh hermano! tu fe es una
gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se escribiera con una aguja en
el ángulo interior de un ojo, sería motivo de reflexión para el que sabe
reflexionar respetuosamente." Después, sentándose a su lado, prosiguió: "¡Por
Alah! ¡oh mi hermano! no te dejaré hasta que veamos lo que te ocurre con el
efrit." Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él, y hasta pudo
ayudarle cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de
crueles pensamientos. Seguía allí el dueño de la gacela, cuando llegó un segundo
jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se acercó, les deseó la
paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel lugar frecuentado por los
efrits. Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el
fin. Y apenas se había sentado, cuando un tercer jeique se dirigió hacia ellos,
llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz y les preguntó por qué
estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el
principio hasta el fin. Pero no es de ninguna utilidad el repetirla.
A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo
en el centro de aquella pradera. Descargó una tormenta, se disipó después el
polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y brotándole
chispas de los ojos. Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader: "Ven para
que yo te mate como mataste a aquel hijo mío, que era el aliento de mi vida y el
fuego de mi corazón." Entonces se echó a llorar el mercader, y los tres jeiques
empezaron también a llorar, a. gemir y a suspirar.
Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó
por tomar ánimos, y besando la mano del efrit, le dijo: "¡Oh efrit, jefe de los
efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te
maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este
mercader?" Y el éfrit dijo: "Verdaderamente que sí, venerable jeique. Si me
cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te concederé el tercio de
esa sangre."
CUENTO DEL PRIMER JEIQUE
El primer jeique dijo:
"Sabe, ¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de
mi tío, carne de nu carne y sangre de mi sangre. Cuando esta mujer era todavía
muy joven, nos casamos, y vivimos juntos cerca de treinta años. Pero Alah no me
concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una concubina, qué, gracias a
Alah, me dio un hijo varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos
magníficos, sus cejas se juntaban y sus miembros eran perfectos. Creció poco a
poco; hasta llegar a los quince años. En aquella época tuve que marchar a una
población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.
La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada
desde su infancia en la brujería y el arte de los encantamientos. Con la ciencia
de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la esclava, en una
vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de bastante tiempo,
regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la hija de mi tío me
dijo: "Tu esclava ha muerto, y tu hijo se escapó y no sabemos de él." Entonces,
durante un año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y el llanto de
mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios,
ordené al mayoral que me reservara una de las mejores vacas, y me trajo la más
gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela. Remangado mi
brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio,
cuchillo en mano, cuando de pronta la vaca prorrumpió en lamentos y derramaba
lágrimas abundantes. Entonces me detuve, y la entregué al mayoral para que la
sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa, pues sólo
tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué
servía ya él arrepentimiento? Se la di al mayoral, y le dije: "Tráeme un becerro
bien gordo." Y me trajo a mi hijo convertido en ternero.
Cuando el ternero me vio, rompió la cuerda, se me
acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos! ¡con qué
llantos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral: "Tráeme otra vaca, y
deja con vida este ternero."
En este punto de su narración, vio Scháhrazada que iba
a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces
su hermana Doniazada le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son
tus palabras llenas de delicia!" Schahrazada contestó: "Pues nada son comparadas
con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo todavía y el rey quiere
conservarme." Y el rey dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré hasta que haya
oído la continuación de su historia."
Luego marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio
llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schahrazada, a la
cual creía muerta. Pero nada le dijo de esto el rey, y siguió administrando
justicia, designando a unos para los empleos, destituyendo a otros, hasta que
acabó el día. Y el visir se fue perplejo, en el colmo del asombro, al saber que
su hija vivía.
Cuando hubo terminado el diván, el rey Schalhriar
volvió a su palacio.
Y CUANDO LLEGÓ LA SEGUNDA NOCHE
Doniazada dijo a su hermana Schahrazada:- "¡Oh hermana
mía! Te ruego que acabes la historia del mercader y el efrit " Y Schahrazada
respondió: "De todo corazón y como debido homenaje, siempre que el rey me lo
permita." Y el rey ordenó: "Puedes hablar."
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado, dotado de ideas
justas y rectas! que cuando el mercader vio llorar al ternero, se enterneció su
corazón, y dijo al mayoral: "Deja ese ternero con el ganado."
Y a todo esto, el efrit se asombraba prodigiosamente de
esta historia asombrosa. Y el jeique dueño de la gacela prosiguió de este modo:
"¡Oh señor de los reyes de los efrits! todo esto
aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí mirando, y decía:
"Debemos sacrificar ese ternero tan gordo." Pero yo, por lástima, no podía
decidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara, obedeciéndome él.
El segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó
el pastor y me dijo:. "¡Oh amo mío! Voy a enterarte de algo que te alegrará.
Esta buena nueva bien merece una gratificación." Y yo le contesté: "Cuenta con
ella." Y me dijo: "¡Oh mercader ilustre! Mi hija es bruja, pues aprendió la
brujería de una vieja que vivía con nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero,
entré con él en la habitación de mi hija, y ella, apenas lo vio, cubrióse con el
velo la cara, echándose a llorar, y después a reir. Luego me dijo: "Padre, ¿tan
poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?" Yo repuse: "Pero
¿dónde están esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?" Y ella me dijo: "El
ternero que traes contigo es hijo de nuestro amo el mercader, pero está
encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con él. Me he
reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre
del becerro, que fue sacrificada por el padre." Estas palabras de mi hija, me
sorprendieron mucho, y aguardé con impaciencia que volviese la mañana para venir
a enterarte de todo."
Cuando oí, ¡oh poderoso efrit! prosiguió el jeique lo
que me decía el mayoral, salí con él a toda prisa, y sin haber bebido vino
creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que sentía al
recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me deseó la paz y
me besó la mano, y luego se me acercó el ternero, revolcándose a mis pies.
Pregunté entonces a la hija del mayoral: "¿Es cierto lo que afirmas de este
ternero?" Y ella dijo: "Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo, la llama de tu
corazón." Y le supliqué: "¡Oh gentil y caritativa joven! si desencantas a mi
hijo, te daré cuantos ganados y fincas tengo al cuidado de tu padre." Sonrió al
oir estas palabras, y me dijo: "Sólo aceptaré la riqueza con dos condiciones: la
primera„ que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me dejarás encantar y
aprisionar a quien yo desee. De lo contrario, no respondo de mi eficacia contra
las perfidias de tu mujer.
Cuando yo oí, ¡oh poderoso efrit! las palabras de la
hija del mayoral, le dije: "Sea, y por añadidura tendrás las riquezas que tu
padre me administra. En cuanto a la hija de mi tío, te permito que dispongas de
su sangre."
Apenas escuchó ella mis palabras, cogió una cacerola de
cobre, llenándola de agua y pronunciando sus conjuros mágicos. Después roció con
el líquido al ternero, y le dijo:' "Si Alah te creó ternero, sigue ternero, sin
cambiar de forma; pero si estás encantado recobra tu figura primera con el
permiso de Alah el Altísimo."
E inmediatamente el ternero empezó a agitarse, y volvió
a adquirir la forma humana. Entonces, arrojándome en sus brazos, le besé. Y
luego le dije: "¡Por Alah sobre ti! Cuéntame lo que la hija de mi tío hizo
contigo y con tu madre." Y me contó cuanto les había ocurrido. Y yo dije
entonces: "¡Ah, hijo mío! Alah, dueño de los destinos; reservaba a alguien para
salvarte y salvar tus derechos."
Después de esto, ¡oh buen efrit! casé a mi hijo con la
hija del mayoral. Y ella, merced a su ciencia de brujería, encantó a la hija de
mi tío, transformándola en esta gacela que tú ves. Al pasar por aquí encontréme
con estas buenas gentes, les pregunté qué hacían, y por ellas supe lo ocurrido a
este mercader, y hube de sentarme para ver lo que pudiese sobrevenir. Y esta es
mi historia."
Entonces exclamó el efrit: "Historia realmente muy
asombrosa. Por eso te concedo como gracia el tercio de la sangre que pides."
En este momento se acercó el segundo jeique, el de los
lebreles negros, y dijo:
CUENTO DEL SEGUNDO JEIQUE
"Sabe, ¡oh señor de los reyes de los efrits! que éstos
dos perros son mis hermanos. mayores y yo soy el tercero. Al morir nuestro padre
nos dejó en herencia tres mil dinares. Yo, con mi parte, abrí una tienda y me
puse a vender y comprar. Uno de mis hermanos, comerciante también, se dedicó a
viajar con las caravanas, y estuvo ausente un año. Cuando regresó no le quedaba
nada de su herencia. Entonces le dije: "¡Oh hermano mío! ¿no te había aconsejado
que no viajaras?" Y echándose a llorar, me contestó: "Hermano, Alah, que es
grande y poderoso, lo dispuso así. No pueden serme de provecho ya tus palabras,
puesto que nada tengo ahora." Le lleve conmigo a la tienda, lo acompañé luego al
hammam y le regalé un magnífico traje de la mejor clase.
Después nos sentamos a comer, y le dije: "Hermano, voy
a hacer la cuenta de lo que produce mi tienda en un año, sin tocar al capital, y
nos partiremos las ganancias." Y, efectivamente, hice la cuenta, y hallé un
beneficio anual de mil dinares: Entonces di gracias a Alah, que es poderoso y
grande, y dividí la ganancia luego entre mi hermano y yo. Y así vivimos juntos
días y días.
Poco tiempo después quiso viajar también mi segundo
hermano. Hicimos cuanto nos fue posible para que desistiese de su proyecto, pero
todo fue inútil, y al cabo de un año volvió en la misma situación que el hermano
mayor.
Le di otros mil dinares que tuve de ganancia durante el
periodo de su ausencia, abrió una tienda nueva continuó el ejercicio de su
profesión.
Sin que les sirviese de escarmiento lo que les había
sucedido, de nuevo mis hermanos desearon marcharse y pretendían que yo les
acompañase. No acepté, y les dije: "¿Qué habéis ganado con viajar, para que así
pueda yo tentarme de imitaros?" Entonces empezaron a dirigirme reconvenciones,
pero sin ningún fruto, pues no les hice caso, y seguimos comerciando en nuestras
tiendas otro año. Otra vez volvieron a proponerme el viaje, oponiéndome yo
también, y, así pasaron seis años más. Al fin acabaron por convencerme, y les
dije: "Hermanos, contemos el dinero que tenemos." Contamos, y dimos con un total
de seis mil dinares. Entonces les dije: "Enterremos la mitad para poderla
utilizar si nos ocurriese una desgracia, y tomemos mil dinares cada uno para
comerciar al por menor." `Y contestaron: "¡Alah, favorezca la idea!" Cogí el
dinero y lo dividí en dos partes iguales; enterré tres mil dinares y los otros
tres mil los repartí juiciosamente entre nosotros tres. Después compramos varias
mercaderías, fletamos un barco, llevamos a él todos nuestros efectos, y
partimos. Duró un mes entero el viaje, y llegamos a una ciudad, donde vendimos
las mercancías con unta ganancia de diez dinares por dinar. Luego abandonamos la
plaza.
Al llegar a orillas del mar encontramos a una mujer
pobremente vestida, con ropas viejas y raídas. Se me acercó, me besó la mano, y
me dijo: "Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres favorecerme? Yo, en cambio, sabré
agradecer tus bondades." Y le dije: "Te socorreré, mas no te creas obligada a la
gratitud." Y ella me respondió: "Señor, entonces cásate conmigo, llévame a tu
país y te consagraré mi alma. Favoréceme, que yo soy de las que saben el valor
de un beneficios No te avergüences de mi humilde condición." Al decir estas
palabras, sentí piedad hacia ella, pues nada hay que no se haga mediante la
voluntad de Alah, que es grande y poderoso. Me la llevé, la vestí con ricos
trajes, hice tender magníficas alfombras en el barco para ella y le dispensé una
hospitáalaria acogida llena de cordialidad. Después zarpamos.
Mi corazón llegó a amarla con un gran amor, y no la
abandoné ni de día ni de noche. Y como de los tres hermanos era yo el único que
podía gozarla, estos hermanos míos, sintieron celos, además de envidiarme por
mis riquezas y por la calidad de mis mercaderías. Dirigían ávidas miradas sobre
cuanto poseía yo, y se concertaron para matarme y repartirse mi dinero, porque
el Cheitán sin duda les hizo ver su mala acción con los más bellos colores.
Un día, cuándo estaba yo durmiendo con mi esposa,
llegaron hasta nosotros y nos cogieron, echándonos al mar. Mi esposa se despertó
en el agua, y de súbito cambió de forma, convirtiéndose en efrita. Me tomó sobre
sus hombros y me depositó sobre una isla. Después desapareció durante toda la
noche, regresando al amanecer, y me dijo: "¿No reconoces. a tu esposa?" Te he
salvado de la muerte con ayuda del Altísimo. Porque has de saber que yo soy una
efrita. Y desde el instante en que te vi, te amó mi corazón, simplemente porque
Alah lo ha querido, y yo soy una creyente de Alah y en su Profeta, al cual Alah
bendiga y persevere. Cuando yo me he acercado a ti en la pobre condición en que
me hallaba, tú te aviniste de todos modos a casarte conmigo. Y yo, en justa
gratitud, he impedido que perezcas ahogado. "En cuanto a tus hermanos, siento el
mayor furor contra ellos y es preciso que los mate."
Asombrado de sus palabras, le di las gracias por su
acción, y le dije: "No puedo consentir la perdida de mis hermanos." Luego le
conté todo lo ocurrido con ellos, desde el principio hasta el fin, y me dijo
entonces: "Esta noche volaré hacia la nave que los conduce, y la haré zozobrar
para que sucumban." Yo repliqué: "¡Por Alah sobre tal No hagas eso, recuerda que
el Maestro de los Proverbios dice: "¡Oh tú, compasivo del delincuente! Piensa
que para el criminal es bastante castigo su mismo crimen, y además, considera
que son mis hermanos." Pero ella insistió: :Tengo que matarlos sin remedio." Y
en vano imploré su indulgencia, Después se echó a volar llevándome en sus
hombros, y me dejó en la azotea de mi casa.
Abrí entonces las puertas y saqué los tres mil dinares
del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después de hacer las visitas necesarias
y los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.
Llegada la noche, cerré la tienda, y al entrar en mis
habitaciones encontré estos dos lebreles que estaban atados en un rincón. Al
verme se levantaron, rompieron a llorar y se agarraron a mis ropas. Entonces
acudió mi mujer, y me dijo: "Son tus hermanos. "Y yo le dije: "¿Quién los ha
puesto en esta forma?" Y ella contestó: "Yo misma. He rogado a mi hermana, más
versada que yo en artes de encantamiento, que los pusiera en ese estado. Diez
años permanecerán así".
Por eso, ¡oh efrit poderoso! me ves aquí, pues voy en
basca de mi cuñada, a la que deseo suplicar los desencante, porque van ya
transcurridos los diez años. Al llegar me encontré con este buen hombre, y
cuando supe su aventura, no quise marcharme hasta averiguar lo que sobreviniese
entre tú y él. Y este es mi cuento."
El efrit dijo: "Es realmente un cuento asombroso, por
lo que te concedo otro tercio de la sangre destinada a rescatar el crimen."
Entonces se adelantó el tercer jeique, dueño de la
mula, y dijo al efrit: "Te contaré una historia más maravillosa que las de estos
dos. Y tú me recompensarás con el resto de la sangre." El efrit contestó: "Que
así sea."
Y el tercer jeique dijo:
CUENTO DEL TERCER JEIQUE
"¡Oh sultán, jefe de los efrits! Esta mula que ves aquí
era mi esposa. Una vez salí de viaje y estuve ausente todo un año. Terminados
mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto de mi mujer, la encontré
con un esclavo negro, estaban conversando, y se besaban, haciéndose zalamerías.
Al verme, ella se levantó, súbitamente y se abalanzó a mí con una vasija de agua
en la mano; murmuró algunas palabras luego, y me dijo arrojándome el agua: "¡Sal
de tu propia forma y reviste la de un perro!" Inmediatamente me convertí en
perro, y mi esposa me echó de casa. Anduve vagando, hasta llegar a una
carnicería, donde me puse a roer huesos. Al verme el carnicero, me cogió y me
llevó con él.
Apenas penetramos en el cuarto de su hija, ésta se
cubrió con el velo y recriminó a su padre: "¿Te parece bien lo que has hecho?
Traes a un hombre y lo entras en mi habitación." Y repuso el padre: "¿Pero dónde
está ese hombre?" Ella contestó: "Ese perro es un hombre, Lo ha encantado una
mujer; pero yo soy capaz de desencantarlo." Y su padre le dijo: "¡Por Alah sobre
ti! Devuélvele su forma, hija mía." Ella cogió una vasija con agua, y después de
murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: ".¡Sal de esa forma y recobra la
primitiva!" , Entonces volví a mi forma humana, besé la mano de la joven, y le
dije: "Quisiera que encantases a mi mujer como ella me encantó." Me dio entonces
un frasco con agua, y me dijo: "Si encuentras dormida a tu mujer, rocíala con
esta agua y se convertirá en lo que quieras." Efectivamente, la encontré
dormida, le eché el agua, y dije: "¡Sal de esa forma y toma la de una mula!" Y
al instante se transformó en una mula, es la misma que aquí ves, sultán de reyes
de los efrits."
El efrit se volvió entonces hacia la mula, y le dijo:
"¿Es verdad todo eso?" Y la mula movió la cabeza como afirmando: "Sí, sí; todo
es verdad."
Esta historia consiguió satisfacer al efrit, que, lleno
de emoción y de placer, hizo gracia al anciano del último tercio de la sangre.
En aquel momento Schahrazada vio aparecer la mañana, y
discretamente dejó de hablar, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su
hermana Doniazada dijo: "¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán amables y cuán
deliciosas son en su frescura tus palabras!" Y Schahrazada contestó: "Nada es
eso comparado con lo que te contaré la noche próxima, si vivo aún y el rey
quiere conservarme." Y el rey se dijo: "¡Por Alah! no la mataré hasta que le
haya oído la continuación de su relato, que es asombroso."
Entonces el rey marchó a la sala de justicia. Entraron
el visir y los oficiales y se llenó el diván de gente. Y el rey juzgó, nombró,
destituyó, despachó sus asuntos y dio órdenes hasta el fin del día. Luego se
levantó el diván y el rey volvió a palacio.
Y CUANDO LLEGÓ LA TERCERA NOCHE
Daniazada dijo: "Hermana mía, te suplico que termines
tu relato." Y Schahrazada contestó: "Con toda la generosidad y simpatía de mi
corazón." Y prosiguió después:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que, cuando el
tercer jeique contó al efrit el más asombroso de los tres cuentos, el efrit se
maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo: "Concedo el resto de la sangre
por que había de redimirse el crímen, y dejo en libertad al mercader."
Entonces el mercader, contentísimo, salió al encuentro
de los jeiques y les dio miles de gracias. Ellos, a su vez, le felicitaron por
el indulto. Y cada cual regresó a su país.
"Pero -añadió Schahrazada- es más asombrosa la historia
del pescador."
Y el rey dijo a Schahrazada: "¿Qué historia del
pescador es esa?"
Y Shahrazada dijo:
Historia del Pescador y el Efrit