martes, 19 de agosto de 2014

"The Canary Murder Case II" de Julio Cortázar


The Canary Murder Case II de Julio Cortázar 


Nos encontramos con una minificción, la cual además de ser triste para la tía , es muy cómica . No toma mucho tiempo, les gustará. 



The Canary Murder Case II (from Último Round)

Es terrible, mi tía me invita a su cumpleaños, yo le compro un canario de regalo, llego y no hay nadie, mi almanaque es defectuoso, al volver el canario canta a chorros en el tranvía, los pasajeros entran en amok, le saco boleto al animal para que lo respeten, al bajarme le doy con la jaula en la cabeza a una señora que se vuelve toda dientes, llego a casa bañado en alpiste, mi mujer se ha hido con un escribano, caigo rígido en el zaguán y aplasto al canario, los vecinos claman por la ambulancia y se lo llevan en una tablita, me quedo toda la noche tirado en el zaguán comiéndome el alpiste y oyendo el teléfono en la sala, debe ser mi tía que llama y llama para que no vaya a olvidarme de su cumpleaños, elle siempre cuenta con mi regalo, pobre tía.

"La extranjera" por Ines Arredondo

 "La extranjera" de Ines Arredondo


 En este cuento encontramos a una niña de nombre Minou. La niña aprendió a hablar el español , pero eso no le interesó a nadie; era callada y solitaria. Estudió historia y antropología , cosa que a su madrastra no le gusto mucho. Viajó al extranjero , pero su forma de ser no cambió. La niña veía todo de una forma diferente . Ella, no veía las cosas que nos rodean de la forma mas común, siempre sabía que existía algo tras todo eso.

Éste cuento es triste, aunque no se demuestre , nos narra la vida de una niña la cual nunca fue entendida en sus gustos. El final - el cual no mencioné - nos hace reflexionar más sobre lo que hacemos con nosotros mismo y hacía los demás.

En el siguiente link, pueden encontrar el cuento . 


books.google.com.mx/books?isbn=968232422X 






"Mi mejor amigo" por Etgar Keret

Mi mejor amigo por Etgar Keret

Vuelvo a éste escritor israelí , sus cuentos de muy corta extensión y gran imaginación, hace que nos riamos de los acontesimientos que sufren los personajes. Es el siguiente relato , nos encontramos con el narrador ,el cual cuenta un evento fuera de lo normal : Su mejor amigo orinó la puerta de su casa ; en el libro subrayé la siguiente frase que menciona el narrador "Y además , ese no era su territorio, era mi puerta " .

El relato nos cuanta la razon por la cual el mejor amigo orinó la puerta de su casa y como lo supo. Este cuento lo encontramos en el libro EXTRAÑANDO A KISSINGER , publicado por la editorial sexto piso.

Lé tomé un par de fotografias al cuento para que lo léan.





sábado, 9 de agosto de 2014

"Una noche de espanto" , Antón Chéjov

Una noche de espanto , Antón Chéjov

Aunque el título sugiere una ficcion de miedo, nos topamos con una sorpresa aun mayor al final de este cuento . Como se sabe, Chéjov es uno de los maestros del cuento; aunque éste no sea su obra estelar, sirve para ver de que otra forma los cuentos pueden ser escritos.

El relato nos menciona a un hombre de nombre Ivanovitch Panihidin quien inicia a contar su historia . Éste hombre no cree en el espiritismo, pero eso no le impide asistir a una velada dedicada al espiritismo, donde le mencionana que el tiempo de su vida es corto y morira esa misma noche. El sujeto sale de esa reunión y su ser no se siente tranquilo ante una noticia tan trágica.  Recorre camino a casa con la sensacion de que "algo" lo sigue . Al llegar, se topa con algo horripilante , frente a su cama , algo que lo hace salir de ella para buscar ayuda pero esa "ayuda" resulta ser alguien que asistio a la misma reunioin , y tambien ve lo mismo que Ivanovitch . ¿ Como será el final ? Leanlo, les agradará .

UNA NOCHE DE ESPANTO 

Palideciendo, Iván Ivanovitch Panihidin empezó la historia con emoción:
-Densa niebla cubría el pueblo, cuando, en la Noche Vieja de 1883, regresaba a casa. Pasando la velada con un amigo, nos entretuvimos en una sesión espiritualista. Las callejuelas que tenía que atravesar estaban negras y había que andar casi a tientas. Entonces vivía en Moscú, en un barrio muy apartado. El camino era largo; los pensamientos confusos; tenía el corazón oprimido...
"¡Declina tu existencia!... ¡Arrepiéntete!", había dicho el espíritu de Spinoza, que habíamos consultado.
Al pedirle que me dijera algo más, no sólo repitió la misma sentencia, sino que agregó: "Esta noche".
No creo en el espiritismo, pero las ideas y hasta las alusiones a la muerte me impresionan profundamente.
No se puede prescindir ni retrasar la muerte; pero, a pesar de todo, es una idea que nuestra naturaleza repele.
Entonces, al encontrarme en medio de las tinieblas, mientras la lluvia caía sin cesar y el viento aullaba lastimeramente, cuando en el contorno no se veía un ser vivo, no se oía una voz humana, mi alma estaba dominada por un terror incomprensible. Yo, hombre sin supersticiones, corría a toda prisa temiendo mirar hacia atrás. Tenía miedo de que al volver la cara, la muerte se me apareciera bajo la forma de un fantasma.
Panihidin suspiró y, bebiendo un trago de agua, continuó:
-Aquel miedo infundado, pero irreprimible, no me abandonaba. Subí los cuatro pisos de mi casa y abrí la puerta de mi cuarto. Mi modesta habitación estaba oscura. El viento gemía en la chimenea; como si se quejara por quedarse fuera.
Si he de creer en las palabras de Spinoza, la muerte vendrá esta noche acompañada de este gemido...¡brr!... ¡Qué horror!... Encendí un fósforo. El viento aumentó, convirtiéndose el gemido en aullido furioso; los postigos retemblaban como si alguien los golpease.
"Desgraciados los que carecen de un hogar en una noche como ésta", pensé.
No pude proseguir mis pensamientos. A la llama amarilla del fósforo que alumbraba el cuarto, un espectáculo inverosímil y horroroso se presentó ante mí...
Fue lástima que una ráfaga de viento no alcanzara a mi fósforo; así me hubiera evitado ver lo que me erizó los cabellos... Grité, di un paso hacia la puerta y, loco de terror, de espanto y de desesperación, cerré los ojos.
En medio del cuarto había un ataúd.
Aunque el fósforo ardió poco tiempo, el aspecto del ataúd quedó grabado en mí. Era de brocado rosa, con cruz de galón dorado sobre la tapa. El brocado, las asas y los pies de bronce indicaban que el difunto había sido rico; a juzgar por el tamaño y el color del ataúd, el muerto debía ser una joven de alta estatura.
Sin razonar ni detenerme, salí como loco y me eché escaleras abajo. En el pasillo y en la escalera todo era oscuridad; los pies se me enredaban en el abrigo. No comprendo cómo no me caí y me rompí los huesos. En la calle, me apoyé en un farol e intenté tranquilizarme. Mi corazón latía; la garganta estaba seca. No me hubiera asombrado encontrar en mi cuarto un ladrón, un perro rabioso, un incendio... No me hubiera asombrado que el techo se hubiese hundido, que el piso se hubiese desplomado... Todo esto es natural y concebible. Pero, ¿cómo fue a parar a mi cuarto un ataúd? Un ataúd caro, destinado evidentemente a una joven rica. ¿Cómo había ido a parar a la pobre morada de un empleado insignificante? ¿Estará vacío o habrá dentro un cadáver? ¿Y quién será la desgraciada que me hizo tan terrible visita? ¡Misterio!
O es un milagro, o un crimen.
Perdía la cabeza en conjeturas. En mi ausencia, la puerta estaba siempre cerrada, y el lugar donde escondía la llave sólo lo sabían mis mejores amigos; pero ellos no iban a meter un ataúd en mi cuarto. Se podía presumir que el fabricante lo llevase allí por equivocación; pero, en tal caso, no se hubiera ido sin cobrar el importe, o por lo menos un anticipo.
Los espíritus me han profetizado la muerte. ¿Me habrán proporcionado acaso el ataúd?
No creía, y sigo no creyendo, en el espiritismo; pero semejante coincidencia era capaz de desconcertar a cualquiera.
Es imposible. Soy un miedoso, un chiquillo. Habrá sido una alucinación. Al volver a casa, estaba tan sugestionado que creí ver lo que no existía. ¡Claro! ¿Qué otra cosa puede ser?
La lluvia me empapaba; el viento me sacudía el gorro y me arremolinaba el abrigo. Estaba chorreando... Sentía frío... No podía quedarme allí. Pero ¿adónde ir? ¿Volver a casa y encontrarme otra vez frente al ataúd? No podía ni pensarlo; me hubiera vuelto loco al ver otra vez aquel ataúd, que probablemente contenía un cadáver. Decidí ir a pasar la noche a casa de un amigo.
Panihidin, secándose la frente bañada de sudor frío, suspiró y siguió el relato:
-Mi amigo no estaba en casa. Después de llamar varias veces, me convencí de que estaba ausente. Busqué la llave detrás de la viga, abrí la puerta y entré. Me apresuré a quitarme el abrigo mojado, lo arrojé al suelo y me dejé caer desplomado en el sofá. Las tinieblas eran completas; el viento rugía más fuertemente; en la torre del Kremlin sonó el toque de las dos. Saqué los fósforos y encendí uno. Pero la luz no me tranquilizó. Al contrario: lo que vi me llenó de horror. Vacilé un momento y huí como loco de aquel lugar... En la habitación de mi amigo vi un ataúd... ¡De doble tamaño que el otro!
El color marrón le proporcionaba un aspecto más lúgubre... ¿Por qué se encontraba allí? No cabía duda: era una alucinación... Era imposible que en todas las habitaciones hubiese ataúdes. Evidentemente, adonde quiera que fuese, por todas partes llevaría conmigo la terrible visión de la última morada.
Por lo visto, sufría una enfermedad nerviosa, a causa de la sesión espiritista y de las palabras de Spinoza.
"Me vuelvo loco", pensaba, aturdido, sujetándome la cabeza. "¡Dios mío! ¿Cómo remediarlo?"
Sentía vértigos... Las piernas se me doblaban; llovía a cántaros; estaba calado hasta los huesos, sin gorra y sin abrigo. Imposible volver a buscarlos; estaba seguro de que todo aquello era una alucinación. Y, sin embargo, el terror me aprisionaba, tenía la cara inundada de sudor frío, los pelos de punta...
Me volvía loco y me arriesgaba a pillar una pulmonía. Por suerte, recordé que, en la misma calle, vivía un médico conocido mío, que precisamente había asistido también a la sesión espiritista. Me dirigí a su casa; entonces aún era soltero y habitaba en el quinto piso de una casa grande.
Mis nervios hubieron de soportar todavía otra sacudida... Al subir la escalera oí un ruido atroz; alguien bajaba corriendo, cerrando violentamente las puertas y gritando con todas sus fuerzas: "¡Socorro, socorro! ¡Portero!"
Momentos después veía aparecer una figura oscura que bajaba casi rodando las escaleras.
-¡Pagostof! -exclamé, al reconocer a mi amigo el médico-. ¿Es usted? ¿Qué le ocurre?
Pagastof, parándose, me agarró la mano convulsivamente; estaba lívido, respiraba con dificultad, le temblaba el cuerpo, los ojos se le extraviaban, desmesuradamente abiertos...
-¿Es usted, Panihidin? -me preguntó con voz ronca-. ¿Es verdaderamente usted? Está usted pálido como un muerto... ¡Dios mío! ¿No es una alucinación? ¡Me da usted miedo!...
-Pero, ¿qué le pasa? ¿Qué ocurre? -pregunté lívido.
-¡Amigo mío! ¡Gracias a Dios que es usted realmente! ¡Qué contento estoy de verle! La maldita sesión espiritista me ha trastornado los nervios. Imagínese usted qué se me ha aparecido en mi cuarto al volver. ¡Un ataúd!
No lo pude creer, y le pedí que lo repitiera.
-¡Un ataúd, un ataúd de veras! -dijo el médico cayendo extenuado en la escalera-. No soy cobarde; pero el diablo mismo se asustaría encontrándose un ataúd en su cuarto, después de una sesión espiritista...
Entonces, balbuceando y tartamudeando, conté al médico los ataúdes que había visto yo también. Por unos momentos nos quedamos mudos, mirándonos fijamente. Después para convencernos de que todo aquello no era un sueño, empezamos a pellizcarnos.
-Nos duelen los pellizcos a los dos -dijo finalmente el médico-; lo cual quiere decir que no soñamos y que los ataúdes, el mío y los de usted, no son fenómenos ópticos, sino que existen realmente. ¿Qué vamos a hacer?
Pasamos una hora entre conjeturas y suposiciones; estábamos helados, y, por fin, resolvimos dominar el terror y entrar en el cuarto del médico. Prevenimos al portero, que subió con nosotros. Al entrar, encendimos una vela y vimos un ataúd de brocado blanco con flores y borlas doradas. El portero se persignó devotamente.
-Vamos ahora a averiguar -dijo el médico temblando- si el ataúd está vacío u ocupado.
Después de mucho vacilar, el médico se acercó y, rechinando los dientes de miedo, levantó la tapa. Echamos una mirada y vimos que... el ataúd estaba vacío. No había cadáver; pero sí una carta que decía:
"Querido amigo: sabrás que el negocio de mi suegro va de capa caída; tiene muchas deudas. Uno de estos días vendrán a embargarlo, y esto nos arruinará y deshonrará. Hemos decidido esconder lo de más valor, y como la fortuna de mi suegro consiste en ataúdes (es el de más fama en nuestro pueblo), procuramos poner a salvo los mejores. Confío en que tú, como buen amigo, me ayudarás a defender la honra y fortuna, y por ello te envío un ataúd, rogándote que lo guardes hasta que pase el peligro. Necesitamos la ayuda de amigos y conocidos. No me niegues este favor. El ataúd sólo quedará en tu casa una semana. A todos los que se consideran amigos míos les he mandado muebles como éste, contando con su nobleza y generosidad. Tu amigo, Tchelustin".
Después de aquella noche, tuve que ponerme a tratamiento de mis nervios durante tres semanas. Nuestro amigo, el yerno del fabricante de ataúdes, salvó fortuna y honra. Ahora tiene un funeraria y vende panteones; pero su negocio no prospera, y por las noches, al volver a casa, temo encontrarme junto a mi cama un catafalco o un panteón.

Fantasmas de Paul Auster

Fantasmas de Paul Auster 

En esta momento, escribiré sobre la novela corta de Auster , Fantasmas. Una novelle de sencilla comprensión. Existen solamente tres personajes - aunque algunos otros solo son nombrados - : Blanco , Azul y Negro. El trama es el siguiente : Blanco quiere que Azul siga a un hombre de nombre Negro y que le vigile todo el tiempo que sea posible. Blanco le dice a Azul donde vive Negro, y para esto le renta una habitacion de un edificio que se ubica exactamente frente a la de Negro. Azul invesiga a Negro , pero ¿ Negro investiga a Azul?

Azul vive una serie de suces los cuales ya habia pasado en investigaciones anteriores, pero esta, es muy particular.

Se encuentra impresa por Anagrama en La trilogía de Nueva York ; tambien, existe publicado solamente esa novela corta en esa misma editorial.




"El hijo" de Horacio Quiroga

El hijo de Horacio Quiroga

Recuerdo, haberlo leído en mi infancia, me impacto por su final . Es un cuento al puro estilo de Quiroga ; la muerte es el final .

En este cuento , encontramos a un padre y su hijo. El primero, le da a su hijo un arma para ir a cazar , pero con la condición de llegar a cierto momento del día. El padre espera en casa, pero el niño no llega. El preocupado señor se impacienta. Decíde ir a buscarlo, camina entre la selva en busca de su hijo hasta encontrarlo. Y lo logra econtrar .

Es de mis cuentos favoritos , por el impacto causado al lector.

EL HIJO 

Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación. La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí.
Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la naturaleza.
-Ten cuidado, chiquito -dice a su hijo, abreviando en esa frase todas las observaciones del caso y que su hijo comprende perfectamente.
-Si, papá -responde la criatura mientras coge la escopeta y carga de cartuchos los bolsillos de su camisa, que cierra con cuidado.
-Vuelve a la hora de almorzar -observa aún el padre.
-Sí, papá -repite el chico.
Equilibra la escopeta en la mano, sonríe a su padre, lo besa en la cabeza y parte. Su padre lo sigue un rato con los ojos y vuelve a su quehacer de ese día, feliz con la alegría de su pequeño.
Sabe que su hijo es educado desde su más tierna infancia en el hábito y la precaución del peligro, puede manejar un fusil y cazar no importa qué. Aunque es muy alto para su edad, no tiene sino trece años. Y parecía tener menos, a juzgar por la pureza de sus ojos azules, frescos aún de sorpresa infantil. No necesita el padre levantar los ojos de su quehacer para seguir con la mente la marcha de su hijo.
Ha cruzado la picada roja y se encamina rectamente al monte a través del abra de espartillo.
Para cazar en el monte -caza de pelo- se requiere más paciencia de la que su cachorro puede rendir. Después de atravesar esa isla de monte, su hijo costeará la linde de cactus hasta el bañado, en procura de palomas, tucanes o tal cual casal de garzas, como las que su amigo Juan ha descubierto días anteriores. Sólo ahora, el padre esboza una sonrisa al recuerdo de la pasión cinegética de las dos criaturas. Cazan sólo a veces un yacútoro, un surucuá -menos aún- y regresan triunfales, Juan a su rancho con el fusil de nueve milímetros que él le ha regalado, y su hijo a la meseta con la gran escopeta Saint-Étienne, calibre 16, cuádruple cierre y pólvora blanca.
Él fue lo mismo. A los trece años hubiera dado la vida por poseer una escopeta. Su hijo, de aquella edad, la posee ahora y el padre sonríe...
No es fácil, sin embargo, para un padre viudo, sin otra fe ni esperanza que la vida de su hijo, educarlo como lo ha hecho él, libre en su corto radio de acción, seguro de sus pequeños pies y manos desde que tenía cuatro años, consciente de la inmensidad de ciertos peligros y de la escasez de sus propias fuerzas.
Ese padre ha debido luchar fuertemente contra lo que él considera su egoísmo. ¡Tan fácilmente una criatura calcula mal, sienta un pie en el vacío y se pierde un hijo!
El peligro subsiste siempre para el hombre en cualquier edad; pero su amenaza amengua si desde pequeño se acostumbra a no contar sino con sus propias fuerzas.
De este modo ha educado el padre a su hijo. Y para conseguirlo ha debido resistir no sólo a su corazón, sino a sus tormentos morales; porque ese padre, de estómago y vista débiles, sufre desde hace un tiempo de alucinaciones.
Ha visto, concretados en dolorosísima ilusión, recuerdos de una felicidad que no debía surgir más de la nada en que se recluyó. La imagen de su propio hijo no ha escapado a este tormento. Lo ha visto una vez rodar envuelto en sangre cuando el chico percutía en la morsa del taller una bala de parabellum, siendo así que lo que hacía era limar la hebilla de su cinturón de caza.
Horrible caso... Pero hoy, con el ardiente y vital día de verano, cuyo amor a su hijo parece haber heredado, el padre se siente feliz, tranquilo y seguro del porvenir.
En ese instante, no muy lejos, suena un estampido.
-La Saint-Étienne... -piensa el padre al reconocer la detonación. Dos palomas de menos en el monte...
Sin prestar más atención al nimio acontecimiento, el hombre se abstrae de nuevo en su tarea.
El sol, ya muy alto, continúa ascendiendo. Adónde quiera que se mire -piedras, tierra, árboles-, el aire enrarecido como en un horno, vibra con el calor. Un profundo zumbido que llena el ser entero e impregna el ámbito hasta donde la vista alcanza, concentra a esa hora toda la vida tropical.
El padre echa una ojeada a su muñeca: las doce. Y levanta los ojos al monte. Su hijo debía estar ya de vuelta. En la mutua confianza que depositan el uno en el otro -el padre de sienes plateadas y la criatura de trece años-, no se engañan jamás. Cuando su hijo responde: "Sí, papá", hará lo que dice. Dijo que volvería antes de las doce, y el padre ha sonreído al verlo partir. Y no ha vuelto.
El hombre torna a su quehacer, esforzándose en concentrar la atención en su tarea. ¿Es tan fácil, tan fácil perder la noción de la hora dentro del monte, y sentarse un rato en el suelo mientras se descansa inmóvil?
El tiempo ha pasado; son las doce y media. El padre sale de su taller, y al apoyar la mano en el banco de mecánica sube del fondo de su memoria el estallido de una bala de parabellum, e instantáneamente, por primera vez en las tres transcurridas, piensa que tras el estampido de la Saint-Étienne no ha oído nada más. No ha oído rodar el pedregullo bajo un paso conocido. Su hijo no ha vuelto y la naturaleza se halla detenida a la vera del bosque, esperándolo.
¡Oh! no son suficientes un carácter templado y una ciega confianza en la educación de un hijo para ahuyentar el espectro de la fatalidad que un padre de vista enferma ve alzarse desde la línea del monte. Distracción, olvido, demora fortuita: ninguno de estos nimios motivos que pueden retardar la llegada de su hijo halla cabida en aquel corazón.
Un tiro, un solo tiro ha sonado, y hace mucho. Tras él, el padre no ha oído un ruido, no ha visto un pájaro, no ha cruzado el abra una sola persona a anunciarle que al cruzar un alambrado, una gran desgracia...
La cabeza al aire y sin machete, el padre va. Corta el abra de espartillo, entra en el monte, costea la línea de cactus sin hallar el menor rastro de su hijo.
Pero la naturaleza prosigue detenida. Y cuando el padre ha recorrido las sendas de caza conocidas y ha explorado el bañado en vano, adquiere la seguridad de que cada paso que da en adelante lo lleva, fatal e inexorablemente, al cadáver de su hijo.
Ni un reproche que hacerse, es lamentable. Sólo la realidad fría, terrible y consumada: ha muerto su hijo al cruzar un... ¡Pero dónde, en qué parte! ¡Hay tantos alambrados allí, y es tan, tan sucio el monte! ¡Oh, muy sucio ! Por poco que no se tenga cuidado al cruzar los hilos con la escopeta en la mano...
El padre sofoca un grito. Ha visto levantarse en el aire... ¡Oh, no es su hijo, no! Y vuelve a otro lado, y a otro y a otro...
Nada se ganaría con ver el color de su tez y la angustia de sus ojos. Ese hombre aún no ha llamado a su hijo. Aunque su corazón clama por él a gritos, su boca continúa muda. Sabe bien que el solo acto de pronunciar su nombre, de llamarlo en voz alta, será la confesión de su muerte.
-¡Chiquito! -se le escapa de pronto. Y si la voz de un hombre de carácter es capaz de llorar, tapémonos de misericordia los oídos ante la angustia que clama en aquella voz.
Nadie ni nada ha respondido. Por las picadas rojas de sol, envejecido en diez años, va el padre buscando a su hijo que acaba de morir.
-¡Hijito mío..! ¡Chiquito mío..! -clama en un diminutivo que se alza del fondo de sus entrañas.
Ya antes, en plena dicha y paz, ese padre ha sufrido la alucinación de su hijo rodando con la frente abierta por una bala al cromo níquel. Ahora, en cada rincón sombrío del bosque, ve centellos de alambre; y al pie de un poste, con la escopeta descargada al lado, ve a su...
-¡Chiquito...! ¡Mi hijo!
Las fuerzas que permiten entregar un pobre padre alucinado a la más atroz pesadilla tienen también un límite. Y el nuestro siente que las suyas se le escapan, cuando ve bruscamente desembocar de un pique lateral a su hijo.
A un chico de trece años bástale ver desde cincuenta metros la expresión de su padre sin machete dentro del monte para apresurar el paso con los ojos húmedos.
-Chiquito... -murmura el hombre. Y, exhausto, se deja caer sentado en la arena albeante, rodeando con los brazos las piernas de su hijo.
La criatura, así ceñida, queda de pie; y como comprende el dolor de su padre, le acaricia despacio la cabeza:
-Pobre papá...
En fin, el tiempo ha pasado. Ya van a ser las tres...
Juntos ahora, padre e hijo emprenden el regreso a la casa.
-¿Cómo no te fijaste en el sol para saber la hora...? -murmura aún el primero.
-Me fijé, papá... Pero cuando iba a volver vi las garzas de Juan y las seguí...
-¡Lo que me has hecho pasar, chiquito!
-Piapiá... -murmura también el chico.
Después de un largo silencio:
-Y las garzas, ¿las mataste? -pregunta el padre.
-No.
Nimio detalle, después de todo. Bajo el cielo y el aire candentes, a la descubierta por el abra de espartillo, el hombre vuelve a casa con su hijo, sobre cuyos hombros, casi del alto de los suyos, lleva pasado su feliz brazo de padre. Regresa empapado de sudor, y aunque quebrantado de cuerpo y alma, sonríe de felicidad.
Sonríe de alucinada felicidad... Pues ese padre va solo.
A nadie ha encontrado, y su brazo se apoya en el vacío. Porque tras él, al pie de un poste y con las piernas en alto, enredadas en el alambre de púa, su hijo bienamado yace al sol, muerto desde las diez de la mañana.


Minificciones de León Tolstoi, parte2

Minificciones de León Tolstoi, parte2.

En esta ocasión , continuamos con la segunda parte de las miniffciones del Tolstoi . Escogí tres ; de rápida lectura y con una moraleja . 

El primer cuento nos narra la enfermedad de un rey, el cual, para salvar su vida debe quitarle la camisa a un hombre muy feliz , y con esto su enfermedad desaparecería . 


El Zar y la camisa 


Había una vez un zar que estaba muy enfermo. Un día hizo saber a sus súbditos:
- “¡Daré la mitad de mi reino a quien me cure!”.
Entonces todos los sabios se reunieron para tratar de curarlo, pero ninguno supo cómo hacerlo. Sólo uno de ellos, muy anciano, les comunicó:
- Haced saber al zar que únicamente existe una forma en la que podría recuperar la salud: “Si se encuentra un hombre feliz sobre la tierra y le ponen su camisa al zar, este se curará”.
El zar ordenó que buscaran a un hombre feliz por todo el mundo. Sus enviados recorrieron todos los países, pero no hallaron lo que buscaban. No había ni un solo hombre que estuviera contento con su vida. Uno era rico, pero enfermo; otro estaba sano, pero era pobre. Y el rico y sano, se quejaba de su mujer o de sus hijos. Todos deseaban algo más y no eran felices.
Un día, el hijo del zar pasó por delante de una pobre choza y oyó que en su interior alguien exclamaba:
- “Gracias a Dios he trabajado, he comido bien y ahora puedo acostarme a dormir. Soy feliz, ¿qué más puedo desear?”
El hijo del zar se llenó de alegría e inmediatamente ordenó que le trajeran la camisa de aquel hombre, para llevársela a su padre, y que le dieran a cambio de todo lo que quisiera.
Los soldados entraron a toda prisa en la choza del hombre feliz para quitarle la camisa, pero se sorprendieron al descubrir que aquel hombre era tan pobre, que ni siquiera una camisa tenía.

 


Este segundo cuento , nos narra como la avaricia le hace mal a cualquier y por lo mismo , pierde todo. Un Mujik - nombre que reciben los campesinos rusos - , dejó caer su hacha en el río, pero este, a base de pruebas le regreso la suya y con un premio mas; en cambio , su compañero, no recibió lo mismo.

EL MUJIK Y EL ESPIRITU DE LAS AGUAS

Un mujik dejó caer su hacha en el río y, apenado, rompió a llorar.
El espíritu de las aguas se compadeció de él, y presentándole un hacha de oro, le preguntó:
--¿Es la tuya?
Respondió el mujik :
--No, no es la mía .
El espíritu de las aguas le mostró otra de plata.
--Tampoco es ésa -dijo nuevamente el mujik.
Entonces el espíritu de las aguas le mostró su propia hacha.
Viéndola, el mujik exclamó:
--¡Esa es la mía!
Para recompensarle por su honradez, el espíritu de las aguas le regaló las tres hachas.
De vuelta en su casa, el mujik mostró su regalo, contando aquella aventura a sus compañeros.
Uno de ellos quiso hacer lo que él; fue a la orilla del río, dejó caer su hacha y rompió a llorar.
El espíritu de las aguas le presentó una hacha de oro y le preguntó:
--¿Es la tuya?
El mujik , lleno de gozo, respondió:
--¡Sí, sí, es la mía!
El espíritu de las aguas no le dio ni la de oro ni la suya, en castigo de haberle engañado.



 El último relato de nombre EL MANATIAL , nos narra como las interpretaciones de cada persona son completamente diferentes. Tres viajeros se reunierón junto a un manantal, donde vieron una piedra con la sigueinte inscripcioón " Pareceos a este manatial " . Los tres argumentaron sus respuesta, siendo éstas muy diferentes.

EL MANANTIAL

En un caluroso día de verano, tres viajeros se reunieron junto a un fresco manantial, que estaba al lado del camino, rodeado de algunos árboles y de húmedo césped; el agua, pura como una lágrima, caía en un recipiente naturalmente hecho en la piedra; luego se vertía para esparcirse por la pradera.
Los viajeros descansaron a la sombra de aquellos árboles y bebieron agua del manantial.
Junto a él vieron una piedra en la cual se leían estas palabras:
"Parecéos a este manantial."
Los peregrinos leyeron la inscripción, después se preguntaron su significado.
--Es buen consejo -dijo uno de ellos, que era comerciante--. El arroyo corre sin cesar, va lejos, recibe agua de otros y se hace un gran río. Así, el hombre debe imitarle ocupándose de sus asuntos, y siempre triunfará y conseguirá riquezas.
--No -dijo el segundo viajero, un joven--. A mi entender, esa inscripción significa que el hombre debe preservar su alma de los malos instintos, de los deseos malos; su alma debe estar tan pura como el agua de este manantial. Actualmente, esta agua da fuerzas a los que, como nosotros, se detienen para beber; si hubiese atravesado el universo, si el agua estuviera turbia, ¿qué utilidad tendría?, ¿quién la querría beber?
El tercer viajero, que era anciano, sonrió y dijo:
--Este joven tiene razón. El manantial, dando de beber a los sedientos, enseña al hombre a practicar el bien indistintamente, sin esperar recompensa, sin contar con el agradecimiento.



miércoles, 6 de agosto de 2014

" La cosa que caminaba en el viento" de August Derleth

La cosa que caminaba en el viento de August Derleth

Hace tiempo , me encontré con un relato fantástico . Ahora que investigo sobre el escritor, me doi cuenta que se trata del editor que publicó a H.P. Lovecraft. El cuento trata sobre una declaración de Jhon Dalhouse, jefe de división de la policía montada del noreste. . Lo que se quiere saber es la razón de la desaparición del sujeto y tiempo después, haber encontrado su cuerpo. Suceden una serie de evento en un poblado de nombre Stillwater, donde algunos de los habitantes han experimentado cambios en sus comportamientos, otros , desaparecieron. Es así que mediante al informe realizado por el policía desaparecido podemos llegar a una "conclusión" de lo que ocurrió en realidad. 

Durante éste relato , notéalgo muy relevante. El mismo August menciona que este cuento le fue inspirado por un relato de Algernon Blackwood y otro de Lovecraft. En mi opinón, no tiene una prosa magnifica , pero el haber leido cuentos de horror , lo montivó a escribir este tipo de relato nada fácil de hacer. Es importante mencionar que hizo varios de sus cuentos con ayuda de Lovecraft, por lo tanto no es tan original en sus narraciones . 












El viejo y el mar de Ernest Hemingway.

El viejo y el mar de Enest Hemingway

Uno de los autores de la generación perdida - nombre recibido a aquellos escritores que lucharon en la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial - , es de los mas famosos por sus narraciones. Los cuentos y las novelas son magnificas . En esta ocasión recomendaré el libro de EL VIEJO Y EL MAR; Hemingway en esta novela corta nos hace mención de un hombre de edad avanzada, el cual desde la infancia se había dedicado a la pesca. En sus buenos tiempos fue muy conocido , pero ahora, esta en sus últimos años de pesca. Su alumno es un joven, el cual ha aprendido lo mas importante . Un día , el viejo después de una larga temporada de no pescar nada, decide adentrarse al mar sin compañía del joven.
De la pluma del escritor nos va narrando poco a poco como el viejo inicia una lucha dura contra un pez vela de gran tamaño. El viejo esta sumergido en el deseo de atrapar ese gran pez y volver al puerto para ser aplaudido, pero la poca fuerza que ahora tiene no le hace la lucha tan fácil. El viejo se adentra más al mar hasta perder de vista la tierra y las luces que esta proyecta por las noches hacia el cielo . 

Dentro de esta narración nos encontramos ante la voluntad del ser humano , como ocurrió con la novela contemporánea de Yann Martel LA VIDA DE PI . Un hombre lucha contra si mismo y contra la naturaleza . En esta novela, Hemingway mencionó que a lo que se refiere la novela es sobre como un hombre durante su juventud adquiere grandes experiencia con las cuales puede afrontar cualquier dificultad, pero en la edad mayor, al ser viejo, todo eso que tuvo ya no le servirá , porque no es la misma fuerza o rapidez de antes; a la edad adulta, todo se ha perdido.

Es una lectura de aprendizaje, donde cualquier lector entiende diferentes cosas. Lo recomiendo, es rápido de encontrar en cualquier libreria . 


"Los asesinos" de Charles Bukowski

Los asesinos de Charles Bukowski

Como sabemos , Bukowski fue un escritor sumergido en el alcohol , además de tener narraciones fuertes inspiradas por la ciudad. En esta ocasiones tomaré uno de sus cuentos de nombre Los asesinos.
Esta narraciones nos hace ver el estilo que normalmente usó este escritor y la frialdad con la que lo realizó.

El personaje de nombre Harry surge al salir de un camión, éste entra a un café , donde se encuentra con otro hombre de nombre Bill,  el cual le propone robar en casa. Estos se ponen de acuerdo y asisten al lugar, pero los planes no salen como el los imaginó. Un hombre que habitaba la casa se dio cuenta de ellos , el desenlace transcurre tras un par de delitos cometidos.

Los asesinos de Charles Bukowski

Harry acababa de abandonar la carga de camiones, se había largado porque no podía aguantar más, y ahora iba bajando por la calle Alameda hacia el bar Pedro's para tomarse una taza de café de a níquel. Era de madrugada pero él recordaba que solían abrirlo a las cinco de la mañana. Te podías sentar en Pedro's un par de horas por un níquel. Podías pensar un rato. Podías hacer memoria de las cosas que habías hecho mal, o las que habías hecho bien.
Estaba abierto. La chica mexicana que le sirvió el café le miró como si fuera un ser humano. Los pobres sabían de la vida. Una buena chica. Bueno, una chica bastante agradable. Todas ellas sig­nificaban problemas. Cualquier cosa significaba problemas. Recordaba una frase que había oído en alguna parte: La Definición de la Vida es Problemas.
Harry se sentó en una de las desvencijadas mesas. El café era bueno. Treinta y ocho años y estaba acabado. Miró fijamente el café y recordó las cosas que había hecho mal —o bien—. Simplemente se había cansado del juego idiota de los seguros, de las pequeñas oficinas y altos compartimientos de cristal, de los clientes; simplemente se había cansado de estar engañando a su esposa, de que ella le engañara a él, de apretujar secretarias en los ascensores y pasillos; se había cansado de las fiestas de Navidad y las fiestas de Año Nuevo y de los cumpleaños, y pagos de plazos de coches nuevos, y pagos de muebles, y luz, y gas, y agua —todo el condenado tinglado de necesidades.
Se había cansado y lo había abandonado, eso era todo. El divorcio llegó lo suficientemente pronto y la bebida llegó lo suficientemente pronto y, de repente, se vio fuera. No tenía nada, y descubrió que tampoco era muy bonito no tener nada. Era otro tipo de carga in­soportable. Si por lo menos hubiera otros caminos más agradables. Parecía como si sólo hubiese dos elecciones: vivir dentro de la carrera de atropellos o ser un marginado hundido.
Mientras Harry levantaba la mirada, un hombre se sentó enfrente de él, también con una taza de café. Aparentaba tener alrededor de cuarenta años. Iba vestido tan pobremente como Harry. Lió un cigarrillo, y mientras lo encendía miró a Harry.
—¿Cómo va?
—Esa es una buena pregunta —dijo Harry.
—Sí, ya lo creo que sí.
Allí sentados bebieron su café.
—Un hombre se pregunta cómo ha podido caer aquí. —Sí, dijo Harry.
—Por si interesa, mi nombre es William. —Yo me llamo Harry. —A mí me puedes llamar Bill. —Gracias.
—Tienes una cara como si hubieses llegado al final de algo. —Sólo pasa que estoy cansado de estar marginado y de estar pa­sado. Estoy hecho una mierda.
—¿Quieres volver a la sociedad, Harry?
—No, no es eso. Pero me gustaría salirme de todo esto.
—Está el suicidio.
—Escucha —dijo Bill— lo que necesitamos es un poco de pasta fácil para tener un respiro.
—Sí, claro. ¿Pero cómo?
—Bueno, tiene sus riesgos.
—¿Como qué?
—Yo solía hacer robos en casas. No está mal. Ahora podría tener un buen compañero.
—De acuerdo, estoy dispuesto a intentar lo que sea. Estoy ya enfermo de judías aguadas, rosquillas de una semana, el albergue de la Misión, las lecturas de la biblia, los ronquidos . ..
—Nuestro principal problema es cómo llegar a donde podamos actuar.
—Yo tengo un par de pavos.
—Está bien, nos encontraremos a medianoche. ¿Tienes un lápiz?
—No.
—Espera, pediré uno prestado.
Bill volvió con un trozo de lápiz. Cogió una servilleta y escribió en ella.
—Coges el autobús de Beverly Hills y le dices al conductor que te deje aquí ¿ves? Entonces caminas dos manzanas hacia el norte. Yo estaré esperando. ¿Lo harás?
—Estaré allí.
—¿Tienes mujer, tío? —preguntó Bill.
—La tuve —contestó Harry.
Hacía frío aquella noche. Harry bajó del autobús y subió las dos manzanas hacia el norte. Estaba oscuro, muy oscuro. Bill estaba allí fumando un cigarrillo liado. No estaba muy a la vista, estaba apo­yado en un gran arbusto.
—Hola, Bill.
—Hola, Harry. ¿Estás listo a empezar tu nueva y lucrativa carrera?
—Estoy listo.
—Muy bien. He estado echando una ojeada por estos lugares. Creo que he elegido un buen sitio. Aislado. Huele a dinero. ¿Estás asus­tado?
—No. No estoy asustado.
—Perfecto. Ten sangre fría y sigúeme.
Harry siguió a Bill por la acera a lo largo de una manzana y media, entonces Bill se metió entre dos arbustos que daban a un gran jardín con césped. Caminaron sigilosamente hacia la parte trasera de la casa, un gran chalet de dos pisos. Bill se paró en una ventana. En­treabrió la persiana con su cuchillo, entonces escucharon inmóviles. No se oía ni una mosca. Bill desmontó la persiana y la quitó. Em­pezó a trabajar en la ventana. Estuvo manipulando en la ventana por largo rato y Harry empezó a pensar: Dios, estoy con un aficio­nado. Estoy con una especie de loco. Entonces se abrió por fin la ventana y Bill subió por ella. Harry pudo ver su culo colarse dentro bamboleando. Esto es ridículo, pensó. ¿Hacen esto los hombres?
—Vamos, entra —le dijo Bill en voz baja.
Harry trepó hasta dentro. Olía de verdad a dinero, y a barniz de muebles.
—Cristo, Bill. Ahora sí que estoy asustado. Esto no tiene sentido.
—No hables tan alto. Tú quieres librarte de esas judías aguadas, ¿no?
—Sí.
—Bueno, entonces sé un hombre.
Harry se quedó quieto mientras Bill abría lentamente cajones 5 metía cosas en sus bolsillos. Parecía que estaban en un comedor. Bill se estaba llenando los bolsillos de cucharas, cuchillos y tenedores.
¿Cómo vamos a sacar algo con eso?, pensó Harry.
Bill siguió metiéndose los cubiertos de plata en los bolsillos de su abrigo. Entonces se !e cayó un cuchillo. El suelo era duro, sin al­fombra, y el sonido se produjo fuerte y claro.
—¿Quién anda ahí?
Bill y Harry no contestaron.
— ¡Dije que quién anda ahí!
—¿Qué pasa, Seymour? —dijo una voz femenina.
—Me ha parecido oír algo. Algo me ha despertado.
—¡Oh, duérmete!
—No. He oído algo.
Harry escuchó el sonido de una cama y a continuación los pasos de un hombre. El hombre entró por la puerta del comedor y se en­contró con ellos. Iba con un pijama, era un hombre joven, de unos 26 ó 27 años, con el pelo largo y una perilla.
—Muy bien, vosotros, capullos, ¿qué estáis haciendo en mi casa?
Bill se volvió hacia Harry.
—Entra en el dormitorio. Seguro que hay un teléfono allí. Asegú­rate de que ella no lo utilice. Yo me ocupo de éste.
Harry se fue hacia el dormitorio, vio la puerta, entró, vio a una chica rubia de unos 23 años, con el pelo largo y suelto, con un ca­misón de fantasía, sus pechos transparentándose a través de él. Había un teléfono en la mesita de noche y ella no estaba utilizándolo. Se llevó asustada el dorso de la mano a la boca. Estaba erguida en la cama.
—No grite —dijo Harry— o la mato.
Se quedó allí de pie mirándola, pensando en su propia mujer, pero nunca en la vida había tenido una mujer como aquélla. Harry em­pezó a sudar, sentía vértigo, se miraban fijamente el uno al otro.
Harry se sentó en la cama.
—¡Dejad tranquila a mi mujer, si no os mataré! —dijo el joven. Biil acababa de entrar con él. Lo llevaba agarrado por el cuello con su cuchillo apoyado en medio de la espalda.
—Nadie va a hacer daño a tu mujer, tío. Sólo dinos dónde tienes tu apestoso dinero y nos iremos.
—Te he dicho que todo el que tengo está en mi cartera.
Bill apretó su brazo contra el cuello y clavó el cuchillo un poco más. El joven hizo una mueca de dolor.
—Las joyas —dijo Bill—, llévame a donde estén las joyas.
—Están arriba...
—Muy bien. ¡Llévame allí!
Harry vio cómo Bill se lo llevaba fuera. Harry siguió mirando fija­mente a la chica y entonces ella le miró. Unos ojos azules, con las pupilas dilatadas de terror.
—No grite —le dijo— o la mato. ¡Así que pórtese bien o la mato!
Ella estaba paralizada, sus labios empezaron a temblar. Eran del más puro rosa pálido, y entonces, la boca de Harry se pegó a la suya. Estaba bebido y su boca sucia, rancia; la de ella era blanda, fresca, delicada, temblorosa. Él la cogió de la cabeza con sus manos, apartó la suya hacia atrás y la miró a los ojos.
—Tú, puta —dijo—. ¡Tú, maldita puta!
La besó de nuevo, más fuerte. Cayeron juntos en la cama, bajo el peso de Harry. Él se estaba quitando los zapatos, manteniéndola sujeta debajo suyo. Empezó a quitarle las bragas, bajándoselas a lo largo de las piernas, todo el tiempo sujetándola y besándola.
—Tú, puta, condenada puta ...
—¡Oh NO! ¡Cristo, NO! ¡Mi mujer NO, cabrones!
Harry no los había oído entrar. El joven dio un grito. Luego Harry oyó un gorgoteo sordo. Se incorporó y miró a su alrededor. El joven estaba en el suelo con la garganta cortada; la sangre surgía rítmica­mente a borbotones que iban encharcando el suelo.
—¡Lo has matado! —dijo Harry.
—Estaba gritando.
—No tenías por qué matarlo.
—No tenías por qué violar a su mujer.
—Yo no la he violado y tú lo has matado.
Entonces ella empezó a gritar. Harry le tapó la boca con su mano.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó.
—Vamos a matarla también. Es un testigo.
—Yo no puedo matarla —dijo Harry.
—Yo la mataré —dijo Bill.
—Pero no deberíamos desperdiciarla así.
—Bueno, pues ve y tómala.
—Ponle algo en la boca.
—Ya me ocupo de eso —dijo Bill. Cogió un pañuelo de la cómoda y lo introdujo en la boca de la chica. Luego rasgó la funda de la almohada en tiras y la amordazó.
—Vamos, tío, empieza.
La chica no se resistió. Parecía encontrarse en estado de coma.
Cuando Harry acabó, Bill se montó encima de ella y la poseyó también. Harry miró. Esto era. Era así allí y en el resto del mundo. Cuando un ejército conquistador entraba en las ciudades, poseían a las mujeres. Ellos eran el ejército conquistador.
Bill acabó y se levantó.
—Mierda, esto sí que estuvo bien.
—Escucha, Bill, vamos a dejarla viva.
—Hablará. Es un testigo.
—Si le perdonamos la vida, no hablará. Esa será nuestra condición.
—Hablará. Conozco la naturaleza humana. Más tarde hablará.
—¿Para qué va a decir nada a gente que hace lo mismo que noso­tros? Y en caso de que hablara ¿por qué no va a hacerlo, después de lo que hemos hecho?
—Eso es lo que quiero decir —dijo Bill—. ¿Para qué dejarla viva?
—Vamos a preguntarle. Vamos a hablar con ella. Vamos a pre­guntarle qué piensa.
—Yo sé lo que piensa. La voy a matar.
—Por favor, no lo hagas, Bill. Vamos a mostrar un poco de de­cencia.
—¿Mostrar un poco de decencia? ¿Ahora? Es demasiado tarde. Si hubieses sido lo suficientemente hombre como para haberte guardado tu estúpida polla lejos de ella...
—No la mates, Bill, no puedo ... soportarlo ...
—Vuélvete de espaldas.
—Bill, por favor...
—¡Te digo que te vuelvas de espaldas, imbécil!
Harry se dio la vuelta. No pareció que hubiera el menor sonido. Los minutos pasaron.
—¿Bill, lo has hecho?
—Lo he hecho. Date la vuelta y mira.
—No quiero mirar. Vámonos. Vámonos de aquí.
Salieron por la misma ventana que habían entrado. La noche es­taba más fría que nunca. Bajaron por la parte oscura de la casa y salieron a la calle a través del seto.
—¿Bul?
—¿Sí?
—Ahora me siento bien, como si no hubiese pasado nunca.
—Pero pasó.
Fueron caminando hacia la parada del autobús. Los servicios noc­turnos pasaban muy de tarde en tarde, probablemente tendrían que esperar cerca de una hora. Llegaron a la parada y se examinaron mutuamente en busca de manchas de sangre y, extrañamente, no encontraron ninguna. Liaron dos cigarrillos y se pusieron a fumar.
Entonces Bill, de repente, escupió su pitillo.
—Maldita sea. Maldita suerte la nuestra.
—¿Qué pasa, Bill?
—¡Nos olvidamos de coger su cartera!
—Oh, mierda —dijo Harry. 

"Gotas" de Etgar Keret

Gotas de Etgar Keret 


En este cuento se puede encontrar en el libro EXTRAÑANDO A KISSINGER , publicado por la editorial sexto piso. Está basado en una experiencia del autor del cuanto, el nos menciona, que un día la novia que tuvo, lo dejó por no soportar el hecho de que él le fuera infiel. 

El cuento nos narra lo ocurrido con la novia del narrador , la cual escuchó por la radio que en Estados Unidos inventaron unas gotas las cuales no te hacen sentir solo. La mujer las manda a comprar. Le avisa al narrador- novio de ella - que lo va a dejar porque las gotas le provocarán valentía ante la soledad. Ella piensa en que el le será infiel en algún momento apesar de que la ama con locura. Las gotas nunca le jugarían una mala pasada. 

El fantasma del abandono, crea por si solo su propia realidad. 

 Gotas de Etgar Keret

 Mi novia dice que alguien en Estados Unidos ha inventado una pastilla que hace que no te sientas solo. Lo oyó ayer, en la cápsula informativa Sesenta segundos de la emisora del ejército, y ya le está enviando una carta urgente a su hermana para que le compre un cargamento y se lo mande por correo. En Sesenta segundos dijeron que en la Costa Este la venden en todos los comercios y que en Nueva York ya ha causado furor. Viene en dos presentaciones: en gotas o en aerosol. Mi novia lo ha pedido en gotas, porque puede que no se quiera sentir sola, pero lo que no quiere es dañar la capa de ozono. 

Las gotas te las echas en el oído y al cabo de veinte minutos dejas de sentirte solo. Actúan químicamente sobre no sé que zona del cerebro, habían explicado por la radio, pero mi novia no lo había entendido bien. Porque no es que sea precisamente Madame Curie, mi novia, y yo hasta diría que es un poco boba. Se pasa el día sentada pensando en que le voy a ser infiel, que la voy a dejar y cosas así. Pero yo la quiero, la quiero con locura. Cuando vuelve de la oficina de correos me dice que ahora ya puede dejar de vivir conmigo. Porque las gotas, tarán-tarán, van a llegar pronto y ya no le va a dar miedo estar sola.

 - ¿Dejarme? - le digo -. ¿Por unas gotas?¿Cómo es posible?
Pero si la quiero, la amo con locura.
- Vete, si quieres - le digo -, pero quiero que sepas que ni esas asquerosas gotas para los oídos ni ningunas otras te van a querer como yo te he querido. 
Lo que sí es verdad es que las gotas de los oídos no le van a ser infieles. Eso es lo que ella dice, después, se va. Como si yo sí le fuera a ser infiel.

Ahora ha alquilado una buhardilla en Florentin y todos los días espera al cartero. Yo, por mi parte, no tengo ninguna relación con el correo, no me emociona, y es que no tengo amigos en el extranjero que me manden cosas. si los tuviera, hace ya tiempo que habría ido a visitarlos. Habría salido a tomar unas copas con ellos y les habría contado mis penas. Los abrazaría mucho y no me avergonzaría de llorar delante de ellos y todas esas cosas. Podríamos estar juntos años, pasarnos así la vida entera. De la manera más natural, como siempre se ha hecho, muchísimo mejor que con unas gotas.
 

"El ruiseñor y la rosa" de Oscar Wilde



El ruiseñor y la rosa de Oscar Wilde 

Es un relato en el cual notamos la característica especial de Wilde: la belleza y el dolor. Además, en este relato, se encuentra la diferencia que Wilde menciona sobre el intelectual con un artista. La lógica y la filosofía, se ven derrotados ante el amor. Ante la partida del amor, la razón siempre buscará pretexto con los cuales excusarse.

El cuento nos menciona sobre un joven el cual siente un gran pesar al no tener una rosa con la cual invitar a su jovencita con quien bailaría. Ante tantos lamentos, un ruiseñor logra escucharlo . Éste le pide al rosal que le pueda dar una rosa roja, pero no tiene ya que las suyas son blancas. Voló hasta encontrar a una que se la diera, está no podía porque el invierno había helado sus venas; aunque le propuso una cosa, si quería la rosa tenía que hacer algo, entregar su vida. El ruiseñor aceptó diciendo - La muerte es un buen precio para una rosa roja; todo el mundo ama la vida, pero el amor es superior - . 

De ésta forma Wilde nos narrará como el ruiseñor entrega su vida por un desdichado joven y que será de la rosa después de estar en la mano de éste. 


El ruiseñor y la rosa


Oscar Wilde


-Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín.Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
-¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.
-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.
-He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.
-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.
-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.
-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.
-Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.
-Llora por una rosa roja.
-¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!
Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.
En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia él y se posó sobre una ramita.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
-Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto meneó la cabeza.
-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.
-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?
-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.
-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?
Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
-Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.
El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.
-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente argentina.
Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.
"El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¿Que lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!"
Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada.
Al poco rato se quedo dormido.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.
A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa.
"¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica."
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.
"The Nightingale and the Rose",
The Happy Prince and Other Tales
, 1888